Parménides, escrito en torno al 368 a.C., pertenece al período crítico del pensamiento platónico junto a Teeteto, Sofista y Político. Desilusionado por los desastrosos resultados de su segunda expedición a Siracusa, este período se caracteriza por cuestionar de un modo implacable todo lo que había afirmado anteriormente en la República, Fedón o Fedro. En Parménides, Platón es algo más que crítico, es verdadera dinamita para la Teoría de las Ideas. Lo que antes parecía evidente y natural, la existencia de las Ideas o Formas en un mundo separado, se convierte ahora no sólo en algo criticable sino en objeto de burla y menosprecio. El destrozo que Platón se hace a sí mismo es de tal magnitud que su pensamiento hace aguas y parece irrecuperable.
Cornelius Castoriadis cree que existe una simultaneidad efectiva entre el cuestionamiento de la realidad de las Ideas y las soluciones políticas de la República. Para Platón ya no es seguro que exista un rey-filósofo poseedor de una ciencia política adquirida al contacto con la Idea del Bien. Por lo tanto, concluirá el último Platón, amargado, oscuro y derrotado, habrá que dejar el gobierno en manos de las leyes, el menos malo de los intermediarios entre la Idea y una realidad imposible, afectada por la imperfección del cambio y el no-ser.
Parménides es el diálogo de más difícil lectura. No tanto por su aridez, su elevadísima abstracción y su renuncia a lo narrativo y lo dramático, sino porque es un diálogo estrictamente aporético. Resumo: Platón organiza un encuentro ficticio entre sus dos grandes maestros. Parménides llega a Atenas, acompañado de Zenón, para la fiesta de las Panateneas. Se encuentran con un jovencísimo Sócrates y un tal Aristóteles (no el filósofo, sino uno de los futuros Treinta Tiranos). A las paradojas de Zenón contra el movimiento y la multiplicidad, Sócrates opone una metafísica basada en una joven versión de la Teoría de las Ideas. Parménides le hace ver a Sócrates de varias maneras las insuficiencias de esa teoría, tan tierna.
A continuación le recomienda ejercitarse en la dialéctica, para elaborarla mejor y superar las dificultades. Pero el significado de dialéctica en el Parménides es completamente diferente al de la República. En este diálogo la dialéctica era el modo supremo del conocimiento, el que nos ponía en contacto directo con las Ideas y, de entre las Ideas, con la más alta, la Idea del Bien. En el Parménides, en cambio, la dialéctica es el modo de oscurecer el pensamiento hasta dejarlo paralizado, la dialéctica es un laberinto sin salida en el que Parménides permanece por siempre atrapado. A ruego del joven Sócrates, Parménides decide ofrecer un ejemplo de entrenamiento dialéctico con Aristóteles de interlocutor. Es la parte más larga del diálogo. Muchas veces, durante su lectura tendrás la sensación de que te están tomando el pelo o que quien lo ha escrito tiene un grave trastorno mental.
Un complicadísimo ejercicio lógico para concluir nada, absolutamente nada. Esta es la gran dificultad del Parménides: verse con las manos vacías después de un trayecto tan arduo.
E. Wyler afirma que en el Parménides cada cual encuentra lo que está buscando: idealismo absoluto si se es hegeliano o gnosticismo neoplatónico si se es un teólogo heterodoxo. Pero también se corre el peligro de terminar la lectura y preguntarse qué motivos habrán conducido a Platón a un suicidio filosófico de estas características.
Estudiemos más detenidamente las tres partes en que se divide el diálogo:
Prólogo
Céfalo cuenta que va a relatar lo que Antifonte le dijo que había oído de Pitodoro que sí había estado presente en la reunión entre el jovencito Sócrates y el temible Parménides. Estamos ante “una copia de una copia“, lo que en la República era condenado como una de las formas más despreciables del conocimiento, el arte.
Primera parte
Zenón expone sus paradojas sobre la multiplicidad y Sócrates le responde con una versión aproximada de la Teoría de las Ideas. La argumentación de Zenón es conocida: un sencillo modus tollens. Si la multiplicidad existe entonces las cosas son al mismo tiempo semejantes y desemejantes, lo cual es absurdo. Por lo tanto, no existe la multiplicidad, sólo el uno es y su amante Parménides tiene toda la razón frente a sus maledicentes enemigos. ¿Por qué las cosas son a un tiempo semejantes y desemejantes? “Si hay múltiples cosas, dado que son múltiples, debe haber entre ellas diferenciación, y, en tal sentido, son desemejantes. Pero, en la medida en que todas ellas son desemejantes, poseen todas una misma afección —la de ser desemejantes— y, por ello mismo, son semejantes. Pero, ¿por qué esto es imposible? Sólo puede comprenderse la imposibilidad de la coexistencia de semejanza y desemejanza si se advierte el supuesto que aquí está en juego: la indistinción entre cosa y propiedad, entre sujeto y predicado.” (Platón, Diálogos V, p. 14)
Sócrates responde a Zenón que su argumentación no es definitiva si hacemos la distinción entre el mundo de las cosas de aquí abajo y el mundo de las Ideas allá arriba. Una misma cosa puede participar de varias Ideas, puede tener diversos predicados. Dice Platón: “si se muestra que las cosas que participan de ambas, tanto de la semejanza como de la desemejanza, reciben ambas afecciones, eso, Zenón —al menos según yo creo—, no parece absurdo, así como tampoco si se muestra que el conjunto de todas las cosas es uno, por participar de lo uno, y que precisamente esas mismas cosas son, a su vez, múltiples, por participar de la multiplicidad.” (129b)
Segunda parte
Recoge todas las objeciones de Parménides a la Teoría de las Ideas que ha expuesto el joven Sócrates. De este extenso inventario autocrítico se nutrirá el futuro Aristóteles para criticar a su maestro. Parménides enfrenta a Sócrates con seis dificultades insuperables. Veámoslas:
1. ¿Existen las Ideas del pelo, el barro o la suciedad? Si se interpretan las Ideas como simples Universales debe haber una Idea para cada concepto, incluidos los citados. Pero esto, dice Sócrates, es imposible.
2. Si la relación entre las cosas y las Ideas es la participación la Idea deja de ser Una y se convierte en múltiple pues cada cosa será bella porque participa (toma un trozo) de la Idea.
3. Si la relación entre las cosas y las Ideas es la semejanza podemos objetar el “argumento del tercer hombre”. Este nombre es aristotélico porque el ejemplo con que lo expone Aristóteles era la Idea de hombre pero el original platónico utiliza la Idea de lo Grande. Dice Platón: Sabemos que algo es grande sólo por su parecido con la Idea de lo Grande. Pero, ¿cómo sabemos que la propia Idea de lo Grande es Grande? Tendremos que recurrir a otra Idea superior que lo aclare y así hasta el infinito.
4. Hasta ahora Parménides ha criticado las dos posibilidades que Platón había ofrecido para la relación entre las Ideas y las cosas: participación y semejanza. Los argumentos de Parménides hacen inviable ambos modos de relación. Ahora bien, dice Sócrates, podemos solucionar el problema si no situamos las Ideas en un mundo aparte sino que las identificamos con algo que pensamos. Algo es bello, diría Sócrates, porque se parece a la Idea de Belleza que hay en mi pensamiento. Pero esta solución inmanente tampoco resiste la argumentación de Parménides. La objeción de Parménides es maquiavélica: “¿no es acaso por afirmar que las demás cosas necesariamente participan de las Formas que te parece necesario, o bien que cada cosa esté hecha de pensamientos y que todas piensen, o bien que, siendo todas pensamientos, estén privadas de pensar?” (132c)
5. Sócrates responde a Parménides que a lo mejor las cosas no participan de las Formas o Ideas sino que son meras copias. Y Parménides lo vuelve a enfrentar con el “argumento del tercer hombre”.
6. Parménides termina con la peor de las dificultades para la teoría platónica, tal y como más tarde insistirá Aristóteles. Si las Ideas están completamente separadas de las cosas sólo se relacionan entre ellas. El Señor en sí es dueño del esclavo en sí y la Ciencia en sí lo es sólo de la Verdad en sí. Las Ideas son, por tanto, completamente ajenas a este mundo y totalmente incognoscibles.
Después de echar por tierra las ilusiones filosóficas del joven Sócrates, Parménides le insiste en que la inteligibilidad del mundo depende de la suposición de las Ideas y le aconseja practicar el entrenamiento dialéctico para evitar las dificultades que le ha planteado más arriba.
Tercera parte
Parménides se resiste a internarse en el laberinto dialéctico que, dice, necesita Sócrates para reforzar su teoría de las ideas. Está demasiado viejo, demasiado cansado. Sin embargo, los ruegos de Sócrates y Zenón lo convencen y acepta ofrecer una muestra del necesario entrenamiento dialéctico. Este discurso parmenídeo al que el joven Aristóteles se limita a asentir es la parte más larga y difícil del diálogo. Aunque, de vez en cuando, puede seguirse la argumentación, hay ocasiones en las que el juego suicida de Platón me produce un rechazo inevitable.
El discurso de Parménides consiste en extraer todas las consecuencias posibles de sus famosos tesis: Si lo Uno es y Si lo Uno no es. Tanto si lo Uno es como si no es, la conclusión es la misma: o bien admite todos los predicados y, por tanto, es intrínsecamente contradictorio, o bien, no admite ningún predicado y está más allá del conocimiento. Para hacerse una idea aproximada del discurso platónico cabe decir que en sus mejores momentos recuerda la teología negativa de Dioniosio Areopagita:
Puesto que, en verdad, la causa buena de todas las cosas es a la vez expresable con muchas palabras, con pocas y hasta con ninguna, en cuanto no existe discurso ni conocimiento de ella, puesto que todo trasciende de modo supersustancial, y se manifiesta sin velos y verazmente a los que dejan atrás tanto las cosas impuras como las puras, y ascienden más allá de todas las cimas más santas, y abandonan todas las luces divinas y los sonidos y las palabras celestiales, y se sumergen en la niebla, donde realmente reside, como dice la Escritura, aquel que está por encima de todas las cosas… Y decimos que esta causa no es ánima ni mente; que no tiene imaginación ni opinión ni razón ni pensamiento, y no es razón ni pensamiento; no se puede expresar ni pensar. No es número ni orden ni grandeza, pequeñez, igualdad, desigualdad, semejanza, desemejanza. No está inmóvil ni en movimiento; no está en reposo ni tiene fuerza, y tampoco es fuerza o luz. No vive y no es vida: no es sustancia ni edad ni tiempo; de ella no surge enseñanza intelectual. No es ciencia y no es verdad, ni potestad regia ni sabiduría; no es uno, no es divinidad o bondad, no es espíritu, según nuestra noción de espíritu. No es filiación ni paternidad ni otra cosa alguna de las que son conocidas por nosotros o por cualquier otro ser. No es nada de lo que pertenece al no-ser y tampoco de lo que pertenece al ser; ni los seres la conocen, tal como es en sí, de la misma manera que ella no conoce a los seres en tanto que seres. No se da de ella concepto ni nombre ni conocimiento; no es tiniebla y no es luz, no es error y no es verdad…Dionisio Areopagita, De Mystica theologia.
Una guía más detallada de la argumentación parmenídea es esta:
En total, en la última sección del diálogo, hallamos ocho argumentos. Los cuatro primeros parten de la afirmación de lo uno, y dos de ellos sacan las consecuencias para lo uno, mientras que los dos restantes sacan las consecuencias para los otros que lo uno. Los cuatro últimos parten de la negación de lo uno, y dos de ellos sacan las consecuencias para lo uno, mientras que los dos últimos sacan las consecuencias para los otros que lo uno. Tanto la hipótesis positiva como la hipótesis negativa son ambiguas: el “es” y el “no es” pueden tomarse en sentido existencial o en sentido predicativo. La hipótesis de “si lo uno es” puede significar o bien que hay uno o bien que lo uno es; la de “si lo uno no es” puede significar o bien que no hay uno, o bien que lo uno no es. Los argumentos primero y cuarto correspondientes a la hipótesis positiva parten de la afirmación de lo uno en un sentido absoluto, de un uno en el que no se distinguen sujeto y predicado, y llegan a concluir que nada absolutamente puede predicarse de lo uno ni de los otros que lo uno, es decir, de los múltiples. El segundo y el tercero, en cambio, parten de la afirmación de un uno del que se predica que es, y concluyen que tanto lo uno como los múltiples son pasibles de recibir todos los predicados opuestos.
Un esquema análogo se repite en el grupo de los cuatro argumentos correspondientes a la hipótesis negativa: dos de ellos, el quinto y el séptimo, parten de la negación relativa de lo uno, es decir, de lo uno del cual se predica que no es, y concluyen que tanto lo uno como los múltiples reciben todos los predicados opuestos. El sexto y el octavo, en cambio, parten de la negación pura y simple de lo uno, lo uno que no es de ningún modo (aquel del que Parménides, según Platón, hablaba), y concluyen en la imposibilidad absoluta de toda predicación, sea para lo uno, sea para los múltiples.Platón (Diálogos V, p. 21)
Textos para comentar
1. Parménides y Zenón
Refirió Antifonte que Pitodoro contaba que, en una ocasión, para asistir a las Grandes Panateneas, b llegaron Zenón y Parménides. “Parménides, por cierto, era entonces ya muy anciano; de cabello enteramente canoso, pero de aspecto bello y noble, podía tener unos sesenta y cinco años. Zenón rondaba entonces los cuarenta, tenía buen porte y agradable figura, y de él se decía que había sido el favorito de Parménides.
2. ¿Cuál es el objeto de las paradojas de Zenón?
esta obra constituye una defensa del argumento de Parménides, contra quienes intentan ridiculizarlo, diciendo que, si lo uno d es, las consecuencias que de ello se siguen son muchas, ridículas y contradictorias con el argumento mismo. Mi libro, en efecto, refuta a quienes afirman la multiplicidad, les devuelve los mismos ataques, y aún más, queriendo poner al descubierto que, de su propia hipótesis —”si hay multiplicidad”—, si se la considera suficientemente, se siguen consecuencias todavía más ridículas que de la hipótesis sobre lo uno.
3. ¿De qué hay Ideas?
— Y en lo que concierne a estas cosas que podrían parecer ridículas, tales como pelo, barro y basura, y cualquier otra de lo más despreciable y sin ninguna importancia, ¿también dudas si debe admitirse, de cada una de dellas, una Forma separada y que sea diferente de esas cosas que están ahí, al alcance de la mano? ¿O no?— iDe ningún modo!, repuso Sócrates. Estas cosas que vemos, sin duda también son. Pero figurarse que hay de ellas una Forma sería en extremo absurdo. Ya alguna vez me atormentó la cuestión de decidir si lo que se da en un caso no debe darse también en todos Ios casos.
Pero luego, al detenerme en este punto, lo abandoné rápidamente, por temor a perderme, cayendo en una necedad sin fondo. Así pues, he vuelto a esas cosas de las que estábamos diciendo que poseen Formas, y es a ellas a las que consagro habitualmente mis esfuerzos.—Claro que aún eres joven, Sócrates —dijo Parménides e —, y todavía no te ha atrapado la filosofía, tal como lo hará más adelante, según creo yo, cuando ya no desprecies ninguna de estas cosas. Ahora, en razón de tu juventud, aún prestas demasiada atención a las opiniones de los hombres
4. Incognoscibilidad de las Formas (Ideas)
Por ejemplo —respondió Parménides—, si uno de nosotros es señor de otro o bien su siervo, por cierto, quien es siervo no lo es del señor en sí, de lo que es el señor, e así como quien es señor no es señor del siervo en sí, de lo que es el siervo, sino que, dado que es un hombre, será señor o siervo de un hombre. El señorío en sí, de su lado, es lo que es de la servidumbre en sí, y, de igual modo, la servidumbre en sí es servidumbre del señorío en sí. Las cosas que se dan entre nosotros no tienen su poder respecto de aquéllas, ni aquéllas respecto de nosotros, sino, tal como digo, aquéllas son de sí mismas y relativas 134a a sí mismas, y las que se dan entre nosotros son, de igual modo, relativas a sí mismas. ¿O no comprendes lo que digo?
5. El monólogo surrealista de Parménides
—En consecuencia, lo uno, si va a tener contacto consigo mismo, debe estar situado en las inmediaciones de sí mismo, ocupando la ubicación contigua a aquella en la que él mismo está—Es necesario, en efecto.— Pero lo uno podría hacer tales cosas y llegar a estar simultáneamente en dos lugares, si fuese dos; pero, mientras sea uno, eso no lo consentirá, ¿no es cierto?(…)
—En consecuencia, lo uno es igual y es más grande y más pequeño que él mismo y que las otras cosas. (149a)
Bibliografía
1. Platón: Diálogos V. Parménides, Teeteto, Sofista, Político. Santa Cruz, Mª I. (trad. Parménides, Político), Vallejo Campos, A. (trad. Teeteto) y Cordero N. L. (trad. Sofista) Madrid: Editorial Gredos, 1988.
2. Castoriadis, C.: Sobre el político de Platón. Madrid: Trotta, 2004.
3. Guthrie, W. K. C.: Historia de la filosofía griega V. Madrid: Editorial Gredos, 1990.
4. Ross, David: La teoría de las ideas de Platón. Madrid: Cátedra, 1986
5. Jaime Roldán Corrales: “Análisis, diagramación y esquemas argumentativos en el Parménides de Platón“
6. Jaime Roldán Corrales: “Esquemas argumentativos y garantías en Tercer Hombre”. UNED, Revista Iberoamericana de Argumentación, 2014.
Fuente Aula de filosofía de Eugenio Sanchez Bravo
Fuente:
Parménides
Introducción al Parménides
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