lunes, 25 de mayo de 2015

Patente de corso



Patente de corso francesa.



La patente de corso (del latín cursus, «carrera») [[1] ] era un documento entregado por los monarcas de las naciones o los alcaldes de las ciudades (en su caso las corporaciones municipales) por el cual el propietario de un navío tenía permiso de la autoridad para atacar barcos y poblaciones de naciones enemigas. De esta forma el propietario se convertía en parte de la marina del país o la ciudad expendedora.

Las patentes de corso fueron muy utilizadas en la Edad Media y en la Edad Moderna cuando las naciones no podían costearse marinas propias o no lo suficientemente grandes. De esta forma Francia, Inglaterra y España las utilizaron ampliamente. También fueron utilizadas por las naciones americanas durante las guerras de Independencia. Se abolieron en 1856 en el Tratado de París, que dio fin a la guerra de Crimea. 


Derechos de una patente de corso
Para la nación o ciudad
  • Poder controlar de cierta manera al propietario. Tanto es así que Luis XIV y otros monarcas franceses exigían fuertes fianzas para evitar que los armadores obligaran a sus oficiales a realizar acciones impropias para un miembro de la marina nacional.
  • Disponer de una armada sin necesidad de invertir en la construcción de barcos, reclutamiento de tripulación, armamento, etc.
  • Tener derecho a parte de los beneficios obtenidos.
  • Poder alegar que las acciones realizadas contra países contra los que no se estaba en guerra, pero a los que se les quería hostigar, eran obra de piratas ajenos a su voluntad.
Corsario (del latín cursus, «carrera») era el nombre que se concedía a los navegantes que, en virtud del permiso concedido por un gobierno en una carta de marca o patente de corso, saboteaban el tráfico mercante de las naciones enemigas de ese gobierno, generalmente hundiendo sus naves y, en algunas ocasiones, saqueando o raptando.
La principal diferencia entre un pirata y un corsario radica en la legalidad. Ambos grupos se dedicaban a saquear barcos, pero los segundos lo hacían sólo en tiempos de guerra y bajo el permiso de un gobierno, que se los otorgaba para así debilitar a la nación enemiga. Sin embargo, a lo largo de la historia muchas veces el límite se vuelve difuso, ya que algunos gobiernos dieron autorizaciones indiscriminadamente permitiendo que piratas operaran bajo un marco de legalidad.

La piratería es una práctica de saqueo organizado o bandolerismo marítimo, probablemente tan antigua como la navegación misma. Consiste en que una embarcación privada o una estatal amotinada ataca a otra en aguas internacionales o en lugares no sometidos a la jurisdicción de ningún Estado, con el propósito de robar su carga, exigir rescate por los pasajeros, convertirlos en esclavos y muchas veces apoderarse de la nave misma. Su definición según el Derecho Internacional puede encontrarse en el artículo 101 de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar.

 Junto con la actividad de los piratas que robaban por su propia cuenta por su afán de lucro, cabe mencionar los corsarios, un marino particular contratado que servía en naves privadas con patente de corso para atacar naves de un país enemigo. La distinción entre pirata y corsario es necesariamente parcial, pues corsarios como Francis Drake o la flota francesa en la Batalla de la Isla Terceira fueron considerados vulgares piratas por las autoridades españolas, ya que no existía una guerra declarada con sus naciones. Sin embargo, el disponer de una patente de corso sí ofrecía ciertas garantías de ser tratado como soldado de otro ejército y no como un simple ladrón y asesino; al mismo tiempo acarreaba ciertas obligaciones.

Antigüedad
Las zonas de mayor actividad de los piratas coincidían con las de mayor tráfico de mercancías y de personas. Las primeras referencias históricas sobre la piratería datan del siglo V a. C., en la llamada Costa de los piratas, en el Golfo Pérsico. Su actividad se mantuvo durante toda la Antigüedad. Otras zonas afectadas fueron el Mar Mediterráneo y el Mar de la China Meridional.

Grecia y Egipto
Aunque los datos no son muy abundantes, por los mitos sabemos que los griegos clásicos fueron buenos piratas. Uno de los más famosos fue Jasón, quien guio a los Argonautas hasta La Cólquida en busca del Vellocino de oro, lo que, aunque no entre en la definición española de piratería, para algunos es, sin ningún género de dudas, un acto de piratería (personas que vienen por mar para robar).

También Ulises u Odiseo, según las traducciones griega o latina, realizó varios actos de piratería en su regreso a Ítaca, como narra Homero en la Odisea.
Con estos dos ejemplos podemos ver una constante que se repetirá a lo largo de los siglos. Los piratas son, en muchas ocasiones, considerados héroes nacionales en sus países, pese a practicar lo que en tierra se llamaría robo y secuestro. Especialmente en una sociedad como la griega, donde el oficio de las armas era reconocido y estimado, un motivo que llevaba a glorificar, en lugar de denostar, actos como el citado de Jasón. Debe tenerse en cuenta que el oficio de mercenario, si bien es verdad que es llevado a cabo en tierra, no tenía connotaciones negativas como las tiene actualmente. 


Uno de los piratas griegos más famosos de los que sí se tienen referencias fue Plutarco de Samos, quien en el siglo VI a. C. saqueó toda Asia Menor en diferentes expediciones y llegó a reunir más de 100 barcos.

También los egipcios consideraban piratas a los Pueblos del Mar porque su principal expedición invasiva se dio por vía marítima y con la finalidad de efectuar saqueos. Sin embargo, muchos otros autores no comparten esta clasificación porque los Pueblos del Mar sólo fueron marineros en el último momento de su historia. 


Roma
Trirreme romano en un mosaico tunecino.
En la época final de la República, los piratas en el Mediterráneo llegaron a convertirse en un peligro, desde sus bases primero al sur de Asia Menor en las montañosas costas de Cilicia y más tarde por todo el Mediterráneo, puesto que impedían el comercio e interrumpían las líneas de suministro de Roma.

A diferencia de siglos posteriores, los piratas de la Antigüedad no buscaban tanto joyas y metales preciosos como personas. Las sociedades de aquella época solían ser en su mayoría esclavistas, y la captura de personas para ser vendidas como esclavos resultaba una práctica altamente lucrativa.5 Pero también se buscaban piedras preciosas, metales preciosos, esencias, telas, sal, tintes, vino y otros tipos de mercancías que solían transportarse en los barcos mercantes, caso de los fenicios.

Uno de los casos más conocidos de piratería contra las líneas de navegación lo protagonizó Julio César, que llegó a ser prisionero de los piratas cilicios (75 a. C.). Plutarco en Vidas paralelas cuenta que el jefe cilicio estimaba el rescate en 20 talentos de oro, a lo que el joven César le espetó: «¿Veinte? Si conocieras tu negocio, sabrías que valgo por lo menos 50». El cautiverio duró 38 días, en los cuales el rehén amenazó a sus captores con crucificarlos. Finalmente el rescate se pagó y el futuro cónsul de Roma fue liberado. Pero César cumplió su amenaza, y cuando recobró la libertad organizó una expedición, pagada con su propio dinero, durante la que apresó a sus captores y los crucificó a todos.

 La piratería, sobre todo la perpetrada por piratas cilicios, alcanzó niveles preocupantes para Roma hacia el final de la República. En el 67 a. C., el senado romano nombró a Pompeyo procónsul de los mares, lo que significaba que se le otorgó el mando supremo del Mare Nostrum (el Mar Mediterráneo) y de sus costas hasta 75 km mar adentro. Se le concedieron todos los ejércitos que se encontrasen a las costas del Mediterráneo, contando así con unos 150.000 efectivos, así como el derecho de tomar del tesoro la cantidad que necesitase.

Finalmente, se le proveyó con una flota bien pertrechada. En diversas operaciones eliminó en cuarenta días a todos los piratas de Sicilia e Italia y, tras el asedio y toma de Coracesion, a los piratas de Cilicia, acabando así, en cuarenta y nueve días, con los piratas de la zona oriental del Mediterráneo. Asimismo debe apuntarse que dichos piratas sólo presentaron la resistencia imprescindible para poder solicitar una rendición honrosa.



[1] «corso», Diccionario de la lengua española (22. ª edición), Real Academia Española, 2001, consultado el 15 de enero de 2015.

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