lunes, 22 de agosto de 2016

Homenaje a Estanislao Zuleta, el filósofo colombiano

Homenaje a Estanislao Zuleta, el filósofo colombiano



Este mes se conmemoran 80 años del natalicio y 25 de la muerte de uno de los filósofos más recordados que ha dejado el país. •   

Por su carácter rebelde Estanislao Zuleta es uno de los precursores del pensamiento moderno en Colombia. La fuerza de su obra está en que se atrevió a pensar de manera original. Foto: Archivo SEMANA.

Hay quienes consideran que en Colombia ha habido apenas un puñado de filósofos. Es probable que Estanislao Zuleta esté entre ellos. Este filósofo y pedagogo de origen antioqueño vivió rodeado de ideas y libros, también de desorden y alcohol. Antes de cumplir un año de nacido su padre murió en un accidente aéreo en el que también falleció el cantante Carlos Gardel. Desde entonces se hizo discípulo del “filósofo de Otraparte”, el antioqueño Fernando González Ochoa.

Muy influido por González y por otros grandes como Baudelaire, Levi-Strauss, Freud, Marx y Nietzche, Estanislao escribió textos y dio conferencias que aún permanecen en la memoria de miles de personas.

Jorge Vallejo Morillo escribió una fantástica biografía sobre él titulada La rebelión de un burgués. Según Vallejo, Zuleta murió de saudade, “esa enfermedad genética, inmutablemente fatal, que sólo les da a los grandes de espíritu”.

Zuleta nació el 3 de febrero de 1935 y murió el 17 de febrero de 1990, a los 55 años. Este mes, entonces, se conmemorarían sus 80 años y se cumplen 25 de su deceso.

Su vida de autodidacta (llegó hasta cuarto de bachillerato), en contra de la educación formal, inclusive de las aulas y las calificaciones, le valió el doctorado Honoris Causa que le otorgó la Universidad del Valle en 1980. En ese escenario dejó atónito al auditorio con su Elogio a la dificultad, un texto que aún hoy es lectura obligatoria en distintas facultades y universidades del país y que se podría considerar una guía de vida. No hay mejor forma para recordarlo que con uno de sus grandes textos.

A continuación la transcripción de esta emblemática conferencia:

“Elogio de la dificultad.


La pobreza y la impotencia de la imaginación nunca se manifiestan de una manera tan clara como cuando se trata de imaginar la felicidad. Entonces comenzamos a inventar paraísos, islas afortunadas, países de cucaña. Una vida sin riesgos, sin lucha, sin búsqueda de superación y sin muerte. Y por tanto también sin carencias y sin deseo: un océano de mermelada sagrada, una eternidad de aburrición. Metas afortunadamente inalcanzables, paraísos afortunadamente inexistentes.

Todas estas fantasías serían inocentes e inocuas, si no fuera porque constituyen el modelo de nuestros anhelos en la vida práctica. Aquí mismo, en los proyectos de la existencia cotidiana, más acá del reino de las mentiras eternas, introducimos también el ideal tonto de la seguridad garantizada, de las reconciliaciones totales, de las soluciones definitivas. Puede decirse que nuestro problema no consiste sólo ni principalmente en que no seamos capaces de conquistar lo que nos proponemos, sino en aquello que nos proponemos: que nuestra desgracia no está tanto en la frustración de nuestros deseos, como en la forma misma de desear. Deseamos mal. En lugar de desear una relación humana inquietante, compleja y perdible, que estimule nuestra capacidad de luchar y nos obligue a cambiar, deseamos un idilio sin sombras y sin peligros, un nido de amor y por lo tanto, en última instancia un retorno al huevo.

En vez de desear una sociedad en la que sea realizable y necesario trabajar arduamente para hacer efectivas nuestras posibilidades, deseamos un mundo de satisfacción, una monstruosa sala-cuna de abundancia pasivamente recibida. En lugar de desear una filosofía llena de incógnitas y preguntas abiertas, queremos poseer una doctrina global, capaz de dar cuenta de todo, revelada por espíritus que nunca han existido o por caudillos que desgraciadamente sí han existido. Adán y sobre todo Eva, tienen el mérito original de habernos liberado del paraíso, nuestro pecado es que anhelamos regresar a él.

Desconfiemos de las mañanas radiantes en las que se inicia un reino milenario. Son muy conocidos en la historia, desde la Antigüedad hasta hoy, los horrores a los que pueden y suelen entregarse los partidos provistos de una verdad y de una meta absolutas, las iglesias cuyos miembros han sido alcanzados por la gracia –por la desgracia– de alguna revelación.

El estudio de la vida social y de la vida personal nos enseña cuán próximos se encuentran una de otro la idealización y el terror. La idealización del fin, de la meta y el terror de los medios que procurarán su conquista.

Quienes de esta manera tratan de someter la realidad al ideal, entran inevitablemente en una concepción paranoide de la verdad; en un sistema de pensamiento tal, que los que se atrevieran a objetar algo quedan inmediatamente sometidos a la interpretación totalitaria: sus argumentos no son argumentos sino solamente síntomas de una naturaleza dañada o bien máscaras de malignos propósitos. En lugar de discutir un razonamiento se le reduce a un juicio de pertenencia al otro –y el otro es, en este sistema, sinónimo de enemigo–, o se procede a un juicio de intenciones. 

Y este sistema se desarrolla peligrosamente hasta el punto en que ya no solamente rechaza toda oposición, sino también toda diferencia: el que no está conmigo está contra mí, y el que no está completamente conmigo, no está conmigo. Así como hay, según Kant, un verdadero abismo de la razón que consiste en la petición de un fundamento último e incondicionado de todas las cosas, así también hay un verdadero abismo de la acción, que consiste en la exigencia de una entrega total a la “causa” absoluta y concibe toda duda y toda crítica como traición o como agresión.

Ahora sabemos, por una amarga experiencia, que este abismo de la acción, con sus guerras santas y sus orgías de fraternidad, no es una característica exclusiva de ciertas épocas del pasado o de civilizaciones atrasadas en el desarrollo científico y técnico; que puede funcionar muy bien y desplegar todos sus efectos sin abolir una gran capacidad de inventiva y una eficacia macabra. Sabemos que ningún origen filosóficamente elevado o supuestamente divino, inmuniza a una doctrina contra el riesgo de caer en la interpretación propia de la lógica paranoide que afirma un discurso particular –todos lo son– como la designación misma de la realidad y los otros como ceguera o mentira.

El atractivo terrible que poseen las formaciones colectivas que se embriagan con la promesa de una comunidad humana no problemática, basada en una palabra infalible, consiste en que suprimen la indecisión y la duda, la necesidad de pensar por sí mismo, otorgan a sus miembros una identidad exaltada por la participación, separan un interior bueno –el grupo– y un exterior amenazador. Así como se ahorra sin duda la angustia, se distribuye mágicamente la ambivalencia en un amor por lo propio y un odio por lo extraño y se produce la más grande simplificación de la vida, la más espantosa facilidad. Desarrollo del tema mediante el planteamiento de una tesis o proposición que se sustenta mediante el uso de argumentos.

En éste y los párrafos siguientes el autor esgrime argumentos históricos, filosóficos, sociológicos, psicológicos y políticos para sustentar su tesis en contra de las soluciones facilistas y a favor de las bondades del esfuerzo y el compromiso en la construcción tanto de la individualidad como de la sociedad. El autor despliega su reflexión mediante el uso del método de oposiciones argumentativas (método dialéctico): facilidad vs. esfuerzo, seguridad vs. riesgo, permanencia vs. Cambio, dogmatismo vs librepensamiento. Exposición de argumentos a favor de la tesis central de la disertación: el valor de la dificultad.

El autor acude a la estrategia dialéctica de presentar las consecuencias negativas que se pueden derivar de adoptar las vías del facilismo, es decir el camino contrario al que está defendiendo en su ponencia. Y cuando digo aquí facilidad, no ignoro ni olvido que precisamente este tipo de formaciones colectivas, se caracterizan por una inaudita capacidad de entrega y sacrificios; que sus miembros aceptan y desean el heroísmo, cuando no aspiran a la palma del martirio. Facilidad, sin embargo, porque lo que el hombre teme por encima de todo no es la muerte y el sufrimiento, en los que tantas veces se refugia, sino la angustia que genera la necesidad de ponerse en cuestión, de combinar el entusiasmo y la crítica, el amor y el respeto.

Un síntoma inequívoco de la dominación de las ideologías proféticas y de los grupos que las generan o que someten a su lógica doctrinas que les fueron extrañas en su origen, es el descrédito en que cae el concepto de respeto. No se quiere saber nada del respeto, ni de la reciprocidad, ni de la vigencia de normas universales. Estos valores aparecen más bien como males menores propios de un resignado escepticismo, como signos de que se ha abdicado a las más caras esperanzas.

Porque el respeto y las normas sólo adquieren vigencia allí donde el amor, el entusiasmo, la entrega total a la gran misión, ya no pueden aspirar a determinar las relaciones humanas. Y como el respeto es siempre el respeto a la diferencia, sólo puede afirmarse allí donde ya no se cree que la diferencia pueda disolverse en una comunidad exaltada, transparente y espontánea, o en una fusión amorosa.

No se puede respetar el pensamiento del otro, tomarlo seriamente en consideración, someterlo a sus consecuencias, ejercer sobre él una crítica, válida también en principio para el pensamiento propio, cuando se habla desde la verdad misma, cuando creemos que la verdad habla por nuestra boca; porque entonces el pensamiento del otro sólo puede ser error o mala fe; y el hecho mismo de su diferencia con nuestra verdad es prueba contundente de su falsedad, sin que se requiera ninguna otra.

Nuestro saber es el mapa de la realidad y toda línea que se separe de él sólo puede ser imaginaria o algo peor: voluntariamente torcida por inconfesables intereses. Desde la concepción apocalíptica de la historia, las normas y las leyes de cualquier tipo son vistas como algo demasiado abstracto y mezquino frente a la gran tarea de realizar el ideal y de encarnar la promesa; y por lo tanto sólo se reclaman y se valoran cuando ya no se cree en la misión incondicionada.

La argumentación se hace cada vez más fina. El autor, continuando con su estrategia dialéctica de presentar los efectos prácticos del facilismo, muestra los funestos resultados que dicha actitud puede acarrear en términos de la configuración de las relaciones sociales. A partir de aquí el autor comienza a presentar sus conclusiones. Estas expresan una valoración de lo expuesto en el desarrollo del tema, determinan el punto de vista del autor y anticipan las propuestas de solución. En el caso presente, el autor, apoyado en los argumentos discutidos durante el desarrollo del ensayo, establece una relación causal entre el facilismo y lo que él denomina la “desidealización” de la vida. Esta relación tiene consecuencias directas en la naturaleza de condiciones de vida individuales y sociales.

Pero lo que ocurre cuando sobreviene la gran desidealización no es generalmente que se aprenda a valorar positivamente lo que tan alegremente se había desechado o estimado sólo negativamente; lo que se produce entonces, casi siempre, es una verdadera ola de pesimismo, escepticismo y realismo cínico.

Se olvida entonces que la crítica a una sociedad injusta, basada en la explotación y en la dominación de clase, era fundamentalmente correcta y que el combate por una organización social racional e igualitaria sigue siendo necesario y urgente. A la desidealización sucede el arribismo individualista que además piensa que ha superado toda moral por el sólo hecho de que ha abandonado toda esperanza de una vida cualitativamente superior.

Lo más difícil, lo más importante, lo más necesario, lo que de todos modos hay que intentar, es conservar la voluntad de luchar por una sociedad diferente sin caer en la interpretación paranoide de la lucha. Lo difícil, pero también lo esencial es valorar positivamente el respeto y la diferencia, no como un mal menor y un hecho inevitable, sino como lo que enriquece la vida e impulsa la creación y el pensamiento, como aquello sin lo cual una imaginaria comunidad de los justos cantaría el eterno hosanna del aburrimiento satisfecho.

Hay que poner un gran signo de interrogación sobre el valor de lo fácil; no solamente sobre sus consecuencias, sino sobre la cosa misma, sobre la predilección por todo aquello que no exige de nosotros ninguna superación, ni nos pone en cuestión, ni nos obliga a desplegar nuestras posibilidades.

Hay que observar con cuánta desgraciada frecuencia nos otorgamos a nosotros mismos, en la vida personal y colectiva, la triste facilidad de ejercer lo que llamaré una no reciprocidad lógica; es decir, el empleo de un método explicativo completamente diferente cuando se trata de dar cuenta de los problemas, los fracasos y los errores propios y los del otro cuando es adversario o cuando disputamos con él.

En el caso del otro aplicamos el esencialismo: lo que ha hecho, lo que le ha pasado es una manifestación de su ser más profundo; en nuestro caso, aplicamos el circunstancialismo, de manera que aún los mismos fenómenos se explican por las circunstancias adversas, por alguna desgraciada coyuntura. Él es así; yo me vi obligado. Él cosechó lo que había sembrado; yo no pude evitar este resultado.

El discurso del otro no es más que un síntoma de sus particularidades, de su raza, de su sexo, de su neurosis, de sus intereses egoístas; el mío es una simple constatación de los hechos y una deducción lógica de sus consecuencias. 

Preferiríamos que nuestra causa se juzgue por los propósitos y la adversaria por los resultados. Argumentación afirmativa. El autor no se limita a plantear la crítica al facilismo y sus consecuencias, sino que propone estrategias para intentar resolver el problema planteado.

Y cuando de este modo nos empeñamos en ejercer esa no reciprocidad lógica que es siempre una doble falsificación, no sólo irrespetamos al otro, sino también a nosotros mismos, puesto que nos negamos a pensar efectivamente el proceso que estamos viviendo. La difícil tarea de aplicar un mismo método explicativo y crítico a nuestra posición y a la opuesta no significa desde luego que consideremos equivalentes las doctrinas, las metas y los intereses de las personas, los partidos, las clases y las naciones en conflicto.

Significa por el contrario que tenemos suficiente confianza en la superioridad de la causa que defendemos, como para estar seguros de que no necesita, ni le conviene esa doble falsificación con la cual, en verdad, podría defenderse cualquier cosa.

En el carnaval de miseria y derroche propios del capitalismo tardío se oye a la vez lejana y urgente la voz de Goethe y Marx que nos convocaron a un trabajo creador, difícil, capaz de situar al individuo concreto a la altura de las conquistas de la humanidad.

Dostoievski nos enseñó a mirar hasta dónde van las tentaciones de tener una fácil relación interhumana: van sólo en el sentido de buscar el poder, ya que si no se puede lograr una amistad respetuosa en una empresa común se produce lo que Bahro llama intereses compensatorios: la búsqueda de amos, el deseo de ser vasallos, el anhelo de encontrar a alguien que nos libere de una vez por todas del cuidado de que nuestra vida tenga un sentido.  Dostoievski entendió, hace más de un siglo, que la dificultad de nuestra liberación procede de nuestro amor a las cadenas. 

Amamos las cadenas, los amos, las seguridades porque nos evitan la angustia de la razón.Pero en medio del pesimismo de nuestra época se sigue desarrollando el pensamiento histórico, el psicoanálisis, la antropología, el marxismo, el arte y la literatura.

En medio del pesimismo de nuestra época surge la lucha de los proletarios que ya saben que un trabajo insensato no se paga con nada, ni con automóviles ni con televisores; surge la rebelión magnífica de las mujeres que no aceptan una situación de inferioridad a cambio de halagos y protecciones; surge la insurrección desesperada de los jóvenes que no pueden aceptar el destino que se les ha fabricado. Este enfoque nuevo nos permite decir como Fausto: 

“También esta noche, Tierra, permaneciste firme. Y ahora renaces de nuevo a mi alrededor. Y alientas otra vez en mi la aspiración de luchar sin descanso por una altísima existencia””.


Referencia a la Fuente


Biografía

Taringa




 ..

sábado, 20 de agosto de 2016

El cálculo de lo mejor: alerta sobre el tsunami digital (2005)

Jacques-Alain Miller, Éric Laurent & Gilles Chatenay
 - El cálculo de lo mejor: alerta sobre el tsunami digital (2005)
sábado, agosto 20, 2016 Jacques-Alain Miller


 

Conversación publicada en Multitudes -revista política, filosófica y cultural-, en la que Laurent partirá afirmando que “ingresamos verdaderamente en la constitución de una biopolítica”, una voluntad de controlar mediante lo digital promoviendo el cruzamiento de archivos, que “responde a una ideología cientificista perniciosa y a una eugenesia”. Y destacará que, en el pasaje a la efectividad de esta técnica, nos encontramos frente a una “ensordecedora ausencia de reacción”. Es por eso que llama a que un debate público comience a tomar forma sobre esta cuestión. Se señalará que, “en la medida en que el poder digital crea un espacio común de información, surge la necesidad de reconstruir la privacidad”, y esto supone una reconstrucción de las categorías políticas.
 
Para Chatenay, el 11 de septiembre de 2001 fue un acto político que produjo una báscula. El cerrojo de lo privado saltó en nombre del estado de excepción, y tuvo implicaciones tales que aquello que es privado ya no puede existir, porque es forzosamente sospechoso de terrorismo. A su vez, destacará que “ya no hay más separación entre el orden del lenguaje y el objeto observado” y que ello repercute en la clínica. Laurent precisará que se trata de “la concepción de sí mismo como almacenamiento de memoria”, de allí el engendramiento de una clínica simplificada a procesos cognitivos, que reemplazan todo el saber clínico tradicional.
 
En cuanto a Miller, localizará que estamos lidiando con lo que llama “el proceso digital”: el viviente fue capturado por lo digital y eso ha tocado la relación del hombre con el significante. Entramos en ese mundo que fue presentido por los artistas, los escritores: “tenemos cada vez más el sentimiento de vivir una novela de ciencia ficción”, admite. Antes de la revolución científica, el significante era el símbolo, pero el significante digital es un significante desimbolizado, desvitalizado y, en efecto, desubjetivado. En esta oleada tecnológica, JAM identifica un resurgimiento del utilitarismo en términos de un “cálculo de lo mejor”.

¿Qué posición tomar frente a este proceso? Primero, adhiere a la idea de Laurent respecto a la necesidad de un debate público que frene el proceso del significante digital mediante el significante retórico. Luego observará que, si la uniformización es la condición de posibilidad del desencadenamiento del proceso digital, hay que ser entonces diferencialista: se trata de todo lo que mediante la diferencia frene el proceso digital. Para ello también abogará por la salvación del catolicismo de Mauriac, Pascal y Péguy, aquel que era humanista y personalista y que hoy se ve dominado por un catolicismo cientificista. Asimismo, señalará que, dado que el objeto a introduce en el cálculo de lo mejor una cantidad profundamente rebelde al cálculo, “el proceso digital llevado al extremo no puede sino producir una exacerbación correlativa de este valor”.

En este sentido, si Lacan habla de orden simbólico, propone que “hoy podemos hablar de orden digital”, en el que asistimos a la utilización misma del proceso digital para combatir a los propios sirvientes del proceso digital. Finalmente, afirmará que “no hay que soñar con vencer este proceso” y que, en cambio, se necesita una estrategia de construcción de diques frente al tsunami digital, añadiendo que hay que “creer en la República de las Letras”. Situará que, lo que adelanta Lacan, es que “hay un principio que produce que el cálculo de lo mejor conduzca a lo peor”.
 

sábado, 13 de agosto de 2016

Euterpe: Musa de la música

Euterpe



En la mitología griega, Euterpe (en griego Ευτέρπη, "La muy placentera", "La de agradable genio" o "La de buen ánimo") es la Musa de la música, especialmente protectora del arte de tocar la flauta. Como las demás Musas era hija de Mnemósine y de Zeus. Por lo general se la representa coronada de flores y llevando entre sus manos el doble-flautín. En otras ocasiones se la representa con otros instrumentos de música: violines, guitarras, tambor, etcétera. A finales de la época clásica se la denominaba musa de la poesía lírica, y se le representaba con una flauta en la mano.

Unos pocos dicen que inventó el aulos o flauta doble, aunque la mayoría de los estudiosos de la mitología conceden ese honor a Atenea, como se da a conocer en el mito de Marsias y su duelo con Apolo. El río Estrimón dejó a Euterpe embarazada. Su hijo, Reso, dirigió a una partida de tracios y murió a manos de Diomedes en Troya, según la Ilíada de Homero.
Su nombre procede del griego eu (bien) y τέρπ-εω (contentar).



APOLLODORE
Zeus, les Muses, Orphée...
Ugo Bratelli, 2001
Livre I, 3, 1-6


1. Zeus épousa Héra, avec laquelle il eut Hébé, Ilithyie et Arès. Mais il s'unit aussi avec beaucoup d'autres femmes, mortelles et immortelles. Avec Thémis, la fille d'Ouranos, Zeus engendra les Saisons - Eirênê [la Paix], Eunomie [l'Ordre] et Dikè [la Justice] -, et les Moires : Clothô, Lachésis et Atropos. De Dioné, il eut Aphrodite, et d'Eurynomé, fille d'Océan, il eut les Grâces - Aglaé, Euphrosyne et Thalie. De Styx il eut Perséphone, et de Mnémosyne, il eut les Muses : d'abord Calliope, puis Clio, Melpomène, Euterpe, Érato, Terpsichore, Uranie, Thalie et Polymnie.

2. De Calliope et d'Oagre (ou peut-être d'Apollon, c'est la version la plus répandue) naquirent Linos, qui fut ensuite tué par Héraclès, et Orphée, le grand musicien : avec son chant il savait émouvoir même les pierres, même les arbres. Un jour, son épouse Eurydice fut mordue par un serpent, et mourut ; alors Orphée descendit dans les Enfers, décidé à la récupérer, et il persuada Hadès de la renvoyer sur terre. Le dieu posa une condition à sa promesse : sur le chemin du retour, Orphée ne devrait jamais se retourner pour regarder son épouse avant d'arriver chez lui. Mais Orphée désobéit : il se retourna, regarda Eurydice et elle dut redescendre aux Enfers. Orphée fut le fondateur des Mystères de Dionysos. Les Ménades le tuèrent, et le mirent en pièces, puis il fut enseveli en Piérie.

3. Clio tomba amoureuse de Piéros, le fils de Magnétès : c'était la vengeance d'Aphrodite, pour le mépris avec lequel Clio avait parlé de son amour avec Adonis. La Muse, donc, s'unit à Piéros, dont elle eut Hyacinthos : Thamyris, le fils de Philammon et de la Nymphe Argiopé, tomba amoureux de lui, et c'est ainsi que naquit pour la première fois l'amour homosexuel. Apollon, lui aussi ensuite, tomba amoureux de Hyacinthos. Mais un jour, en lançant un disque, involontairement il le tua.

Thamyris était d'une beauté exceptionnelle, et jouait de la lyre à la perfection, si bien d'ailleurs qu'il osa défier les Muses dans une compétition musicale. Les conditions étaient les suivantes : si Thamyris était vainqueur, il pourrait faire l'amour avec toutes les muses ; si au contraire il perdait, elles pourraient lui ôter ce qu'elles voulaient. Naturellement les muses se montrèrent supérieures, sans conteste. Et elles enlevèrent à Thamyris et la vue et l'art de la lyre.

4. Euterpe s'unit au fleuve Strymon, et de lui elle eut Rhésos, qui fut ensuite tué par Diomède à Troie ; mais il y en a qui disent qu'il naquit de Calliope. De Thalie et d'Apollon naquirent les Corybantes, et de Melpomène et d'Achéloos les Sirènes, dont nous reparlerons dans le récit des aventures d'Ulysse.



5. Héra engendra Héphaïstos sans aucun rapport sexuel. Homère soutient au contraire qu'Héphaïstos également est le fils de Zeus. Ce fut justement Zeus qui le jeta du haut du ciel, la fois où Héphaïstos chercha à aider Héra qui était enchaînée. Zeus l'avait suspendue en dehors de l'Olympe, parce qu'elle avait osé provoquer une tempête contre Héraclès, alors qu'il naviguait à la conquête de Troie. Héphaïstos tomba sur l'île de Lemnos et en resta boiteux ; mais Thétis le sauva.

6. Zeus s'unit aussi avec Métis, qui avait tenté de lui échapper en prenant sans arrêt des formes diverses, mais en vain. Quand elle fut enceinte, Zeus, par la ruse, l'avala, avant qu'elle puisse accoucher. On avait en effet prédit qu'elle aurait une fille ; mais si après elle avait accouché à nouveau, ce serait un garçon destiné à devenir le maître du Ciel. À cause de cette crainte, Zeus avait avalé Métis ; et quand arriva le moment de la délivrance, il ordonna à Prométhée de lui frapper la tête avec sa hache (d'autres disent au contraire que ce fut Héphaïstos qui le fit) : et hors de la tête de Zeus bondit Athéna, toute armée, là, sur les rives du fleuve Triton.
….
1. Zeus se casó con Hera, con la que tuvo Hebe, Ilitía y Ares. Pero también se une a muchas otras mujeres, mortales e inmortales. Con Themis, la hija de Urano, Zeus fue padre de Estaciones - Irene [Paz] Eunomía [Ordenar] y Dique [Justicia] - y las Parcas: Cloto, Láquesis y Atropos. Dione tuvo Afrodita, y Eurynome, hija de Océano, tenía las Gracias - Aglaia, Eufrosina y Talía. Styx tenía Perséfone y Mnemósine tuvo la primera Musas: Calíope, Clío y Melpómene, Euterpe, Erato, Terpsícore, Urania, Polimnia y Thalia.

2. Calíope y OAGRE (o tal vez Apolo, es la versión más extendida) nacieron Linos, que más tarde fue muerto por Hércules y Orfeo, el gran músico con su canción que sabía incluso mover piedras, incluso los árboles. Un día su esposa Eurídice fue mordido por una serpiente y murió; mientras Orfeo descendió a los infiernos, decidido recuperar, y convenció a Hades para volver a la tierra. El dios puso una condición de su promesa en el camino de vuelta, Orfeo nunca debe dar la vuelta para mirar a su esposa antes de llegar a casa. Pero Orfeo desobedece Se volvió, miró a Eurídice y tuvo que bajar a los infiernos. Orfeo fue el fundador de los misterios dionisíacos. Ménades y lo mataron, y lo pusieron en pedazos, y fue enterrado en Pieria.

3. Clio Pierus enamoró con el hijo de magnetes Fue la venganza de Afrodita, por el desprecio con el que Clio había hablado de su amor con Adonis. Muse, por lo tanto, se une Pierus, quien tuvo Hyacinthos: Thamyris, el hijo de Filemon y la Argiope ninfa, se enamoró de él, y así nació el primer amor homosexual. Apolo, entonces él también se enamoró de Hyacinthos. Pero un día, lanzando un disco, accidentalmente lo mató. Thamyris era de una belleza excepcional, y tocaba la lira a la perfección, por lo que también se atrevió a desafiar a las musas en un concurso de música. Las condiciones eran: si Thamyris fue victorioso, pudo hacer el amor con todas las musas; pero si pierde, podrían llevarse lo que quisieran. Naturalmente musas demostró ser superior, sin duda. Y alzando a Thamyris y la vista y el arte de la lira.

4. Euterpe se une al río Estrimón, y ella tenía su Rhesus, que más tarde fue muerto por Diomedes en Troya; pero hay quienes dicen que nació Calliope. Thalia y Apolo nacieron coribantes y Melpómene y achelous las sirenas, que se discutirá en el relato de las aventuras de Ulises.

5. Hera Hefesto padre de no tener relaciones sexuales. Homero también sostiene en su lugar Hefesto es el hijo de Zeus. Fue precisamente que Zeus lo arrojó desde el cielo, un momento en que Hefesto intentó ayudar a Hera que fue encadenado. Zeus había suspendido fuera de Olympus, porque se había atrevido a provocar una tormenta contra el Hércules, durante la navegación hacia la conquista de Troya. Hefesto cayó en la isla de Lemnos y quedó cojo pero Tetis lo salvó.

6. Zeus también se une con los mestizos, que había tratado de escapar tomando sin parar en varias formas, pero en vano. Cuando estaba embarazada, Zeus, por la astucia, saliva, antes de que pueda dar a luz. de hecho, había predicho que iba a tener una niña; pero si después de haber dado a luz una vez más, sería un niño destinado a convertirse en el amo de los cielos. Debido a este miedo, Zeus se tragó a Metis; y cuando el tiempo vino al rescate, ordenó a Prometeo a golpear la cabeza con su hacha (otros dicen en cambio que era Hefesto que lo tenía) y fuera de la cabeza de Zeus Atenea saltó con todas sus armas, allí, a orillas del río Tritón.




El simbolismo de las Musas

La musa es una figura como no se ha revelado a ningún otro pueblo. Es la diosa de la Verdad en el sentido más elevado. Los rapsodas y poetas, los que hablan la verdad, se llamaban a sí mismos sus servidores, sus secuaces o “profetas”, y le dedicaban su veneración piadosa y ritual. Eran plenamente conscientes de no poder reivindicar para sí lo que nosotros tan soberbiamente llamamos fuerza creadora, sino que no se consideraban más que escuchas, mientras que la diosa misma es la que canta.

Las musas eran ninfas relacionadas con ríos y fuentes, espíritus de las aguas. Se les atribuían virtudes proféticas, así como la capacidad de inspirar toda clase de poesía. En un desarrollo ulterior se convirtieron en inspiradoras y protectoras de toda forma de arte y pasaron a presidir toda manifestación de inteligencia.

Esencia y origen

Era bien conocido el mito según el cual un rol en el gobierno del mundo de Zeus correspondía a las musas. Píndaro, en su célebre Himno a Zeus, hoy lamentablemente perdido, narra que este, consumada la creación del mundo, preguntó a los dioses, sumidos en silenciosa admiración, si faltaba algo para que este fuese perfecto. –Sí, –respondieron–, falta algo: una voz para alabar las grandes obras y la completa creación en palabras y música. Se necesitaba para ello un nuevo espíritu divino, y de ese modo los dioses pidieron a Zeus que creara a las musas.

Hesíodo nos cuenta que Zeus se unió a Mnemosine (Memoria) durante nueve noches, y que, cumplido el tiempo regular, ella dio a luz a la vez, en parto nónclupe, cerca de la cima del nevado Olimpo, a las nueve musas que hoy conocemos.

En la Edad Heroica, las musas eran tres y formaban una trinidad indivisible, como reconocieron los sacerdotes católicos medievales cuando construyeron el templo de la Santísima Trinidad en el lugar donde estaba el santuario abandonado de las musas heliconianas. Los nombres apropiados de las tres personas eran Meditación, Memoria y Canción. El culto de las musas en el Helicón (y presumiblemente también en Pieria) se relacionaba con la maldición y la bendición mágicas.

Skelton, en su Garland of Llaurell, describe a la diosa triple en sus aspectos de Señora del Cielo, la Tierra y el Infierno. Como diosa del Infierno le atañían el nacimiento, la procreación y la muerte. Como diosa de la Tierra le atañían las tres estaciones de la primavera, el verano y el invierno. Vivificaba los árboles y plantas y gobernaba a todas las criaturas vivientes. Como diosa del firmamento era la Luna, en sus tres fases de luna nueva, luna llena y luna menguante. Esto explica por qué de una tríada se pasaba con frecuencia a un grupo de nueve. Pero no se debe olvidar que la diosa triple se relacionaba con la mujer primitiva, creadora y destructora. Como la luna nueva de la primavera era doncella, como la luna llena del  verano era mujer, y como la luna vieja del invierno era una bruja.

Hacia el siglo VII a.C. la tríada de musas se amplió, bajo la influencia tracio-macedónica, a tres tríadas, o sea, un grupo de nueve. Esto recuerda a las nueve sacerdotisas orgiásticas de la isla de Sein, en la Bretaña occidental, y a las nueve doncellas de Preiddeu Annwm, que calentaban con su aliento la caldera de Cerridwen. Una musa repetida nueve veces expresaba la universalidad del poder de la diosa mejor que una triple, pero el sacerdocio de Apolo, que regía la literatura clásica de Grecia, no tardó en utilizar el cambio como un medio para debilitar su poder mediante un proceso de división en secciones. Hesíodo dice que bajo el patronazgo de Apolo, se les dieron a las nueve hijas de Zeus los siguientes nombres y funciones:

Calíope: musa de la elocuencia y la poesía épica. Se la representaba coronada de laurel, adornada de guirnaldas, de porte majestuoso. En su mano derecha lleva el estilo y en la izquierda un libro. Alrededor de ella, La Ilíada, La Odisea y La Eneida (en posteriores representaciones romanas), los inmortales poemas de Homero y Virgilio.

Clío: musa de la Historia. Coronada de laurel, sentada o de pie, con un rollo de papel o junto a una caja de libros.

Erato: musa de la poesía lírica. La podemos ver coronada de mirto y de rosas sosteniendo en una mano una lira y en la otra un plectro. A su lado, un pequeño Cupido alado con su arco y su inseparable carcaj.

Euterpe: musa de la música. Coronada de flores y cargada de papeles de música. Cerca de ella una flauta, oboes y otros instrumentos musicales.

Melpómene: musa de la tragedia. De porte rígido, viste con gran riqueza. Figura de hermosa presencia. Coronada de pámpanos y calzada con coturnos. Lleva en una mano una careta trágica o un puñal, y en la otra, cetros y coronas.

Polimnia: musa de la retórica y del arte de escribir. Coronada de perlas y vestida de blanco. De pie y apoyada en actitud pensativa.

Talía: musa de la comedia. Representada con una corona de hiedra, lleva en la mano izquierda una careta cómica y va calzada con borceguíes.

Terpsícore: musa de la danza. Doncella jovencita, alegre y vivaracha. Va coronada de guirnaldas y camina tocando el arpa.

Urania: musa de la astronomía. Coronada de estrellas y vestida de azul.

El número de musas varía entre una, tres, cuatro, cinco, siete, ocho y nueve. A pesar de la reconocida mayoría, siempre se es consciente de que en esencia solo hay una musa. Su unidad, pues, estará corroborada a través de su pluralidad. Porque no es un número indeterminado de muchas musas, sino que forman, como las gracias, un grupo de tres que llega a ampliarse hasta triplicarse.

Las musas y sus nombres

A las musas se les daban diversos nombres, según los lugares donde se supone que habitaron o nacieron, o las fuentes que les consagraron. Unos las llaman helicónidas, del monte Helicón. Otros, Parnásides, del monte Parnaso, que es el mismo que el Helicón. Otros, Citeríades, del monte Citerón, que está cerca de Tebas. Piérides, de las nueve hijas de Pierio, que por competir con las musas en el canto fueron transformadas en picazas por su atrevimiento. Otros, como Ovidio, las nombran Tespiades o Mnemosínides. Otros las llaman Pegásides o Castalias, de las fuentes Pegaseya y Castalia. Otros las nombran Hipocrénides, de dicha fuente griega. Libértides, de una fuente de Macedonia. Nereidas, de Nereo, Dios del mar. Aonias, de una fuente así llamada cercana a Tebas, etc.

Interpretación según el número de musas

Los que dijeron que las musas eran tres, entendieron por ellas las tres artes sermocinales, que son: gramática, retórica y dialéctica.

Los que dijeron que eran cuatro, entendieron por ellas las tres dichas, y por la cuarta, la sabiduría que de ellas resultaba, declarada por Calíope, la cual era la principal entre todas; porque según Aristarco, a esta atribuían la sabiduría de todas las demás.

Los que dijeron que eran nueve, las refirieron a las ánimas de los orbes celestiales, a saber: Urania, ánima del cielo estrellado o firmamento; Polimnia, de los orbes o cielos de Saturno; Terpsícore, de los orbes de Júpiter; Clío, de los de Marte; Melpómene, de los del Sol; Erato, de los de Venus; Euterpe, de los de Mercurio; Talía, de los de la Luna. Dichos orbes, según opinión de los pitagóricos, causaban ocho tonos, de los cuales resultaba un suave sonido o música, el cual atribuían a la novena musa, llamada Calíope, que quiere decir “buen sonido”.

Influencia de las musas

Dicen que los hombres que en su nacimiento tuviesen a la Luna (Talía), por ser de temperamento húmedo, se inclinaban a cosas lascivas y a ser variables y mudables.

Los saturninos (Polimnia), por ser de temperamento frío y seco, tendrían gran memoria de cosas pasadas y se inclinarían a diversos estudios, según los diversos aspectos de los planetas. Por ejemplo, si Mercurio (Euterpe) está bien aspectado, imprime sabiduría y suavidad en el hablar, e ingenio para la ciencia, principalmente para las artes matemáticas. Si Mercurio está aspectado con Júpiter, inclina supuestamente a la filosofía y a la teología. Si Mercurio está bien aspectado con Marte, inclina a la medicina. Con Venus, a estudios de música y poesía. Con la Luna, influye a mercaderes y negociadores, diligentes, astutos y cautelosos. Y así con otros planetas y aspectos, causando diversidad de inclinaciones en los humanos.

Pierio Valeriano entiende por estas nueve musas los nueve instrumentos con que el hombre habla, que son los labios, cuatro dientes principales con que se hace la pronunciación, la lengua, el lugar por donde pasa el aire para la pronunciación y la concavidad de los pulmones en que se engendra la materia de que se hace la voz.

El furor

El furor es una iluminación del alma procedente de los dioses o los demonios; de ahí el dístico de Ovidio: “En nosotros hay un dios y también comunicaciones celestes: este espíritu nos llega de las montañas etéreas”. Hay cuatro especies de furores divinos; cada uno procede de su divinidad; de las musas, de Dionysos, de Apolo y de Venus.

El primer furor, procedente de las musas, despierta y templa el espíritu. Como las musas son las almas de las esferas celestes, marcan los distintos grados de atracción hacia los elementos superiores.

El más bajo de estos grados, que representa la esfera de la Luna (Clío), gobierna lo relativo a los vegetales, las plantas, los frutos de los árboles, las raíces y los elementos que provienen de las materias más duras, como piedras y metales, sus aleaciones y suspensiones.

El segundo, que representa a Mercurio (Calíope), gobierna lo relacionado con los animales y compuestos de la mezcla de diferentes bebidas y manjares.

El tercero es la esfera de Venus (Terpsícore); gobierna los polvos sutilísimos, vapores, olores, ungüentos y perfumes.

El cuarto pertenece a la esfera del Sol (Melpómene); gobierna la voz, las palabras, los cantos y los sones armoniosos cuya suave cadencia disipa del alma la discordia que la perturba y eleva el coraje.

El quinto corresponde a Marte (Erato); posee violentas fantasías, pasiones, ideaciones y movimientos del espíritu.

El sexto depende de Júpiter (Euterpe); gobierna las discusiones de la razón, las deliberaciones, las consultas y las absoluciones morales.

El séptimo representa a Saturno (Polimnia); gobierna las inteligencias más secretas y las tranquilas contemplaciones del pensamiento.

El octavo, que representa al cielo estrellado (Urania), concierne a la situación, movimientos, rayos y luz de los cuerpos celestes. También a las imágenes, anillos y demás elementos que se fabrican según la regla de las cosas celestes.

El noveno corresponde al primum mobile, es decir, a la novena esfera o al universo mismo (Talía); gobierna los elementos formales, como los números, las figuras y los caracteres, y concierne a las influencias ocultas de las inteligencias del cielo y los demás misterios.

Relación de las musas con los planetas

Según La música de las esferas, obra neoplatónica del siglo XV, y La practica musice de Gauforios, publicada en Milán en 1496, las musas representan y están consagradas a las esferas de sus respectivos estadios.

Más allá del rostro aterrador del tiempo que todo lo consume, las artes nos inician en la armonía permanente del universo, cuyos planos o aspectos están gobernados por los planetas y sus esferas. Además, a cada esfera se le asigna un metal, una nota musical y un modo.

Clío, La musa de la Historia, gobierna el plano de la Luna, que controla las estaciones del tiempo. Nota musical: Proslambanomenos (La). Modo: hipodorio. Metal: la plata.

Calíope, la poesía heroica, está unida a Mercurio, el guía de las almas fuera de la esfera temporal. Nota musical: Hypate hypaton (Si). Modo: hipofrigio. Metal: el azogue.

Terpsícore, musa de la danza y el canto coral, gobierna la esfera de Venus y Cupido. Su nota musical sería Parhypate Hypaton (Do). Modo: hipolidio. Metal: el cobre.

Melpómene, musa de la tragedia, purifica e ilumina con el fuego y la luz del Sol. Nota musical: Lichanos hypaton (Re). Modo: dorio. Metal: el oro.

Erato, la poesía lírica y amorosa, se asienta en el plano de Marte, dios de la guerra. Nota musical: Hypate meson (Mi). Modo: frigio. Metal: hierro.

Euterpe, la musa del arte de la flauta, eleva la mente al plano de Júpiter, donde el alma se dirige al aspecto protector del Señor. Nota musical: Parhypate meson (Fa). Modo: lidio. Metal: estaño.

Polimnia, la musa del canto sacro, celebra el aspecto del Padre en Saturno, esgrimiendo la guadaña que nos libera de este mundo gobernado por las esferas planetarias. Nota musical: Lichanos meson (Sol). Modo: mixolidio. Metal: el plomo.

Y en la esfera de los astros fijos, la musa Urania, la astronomía, nos transporta desde la puerta del Sol a los mismos pies de la transformación suprema del Padre, la luz absoluta. Nota musical: Mese. Modo: hipomixolidio.

Talía preside la Tierra. La primera de las nueve musas, es la inspiradora de la poesía bucólica y la comedia, y como se la representa debajo de la superficie terrestre, oculta, es Talía silenciosa, la musa no escuchada, pues los hombres, ante los terribles rasgos del tiempo, que no pueden comprender, están ciegos y sordos a la inspiración de la poesía de la Naturaleza, y su gloria solo se revela cuando el espíritu ha sido transportado a la cima de la sabiduría.

Esta escala de cuerpos celestes fue presentada por un profesor de música italiano del siglo XV para demostrar que “las musas, los planetas, los modos y las cuerdas se corresponden unos con otros”. En realidad, es una idea extremadamente antigua. Ya era conocida por los estoicos, y Cicerón la desarrolló en El sueño de Escipión, donde menciona las esferas por ese orden y dice que sus revoluciones emiten un grato sonido. Pero la esfera terrenal, la novena, “está siempre inmóvil y estacionaria en el centro del universo”. “Los hombres sabios, imitando esta armonía en los instrumentos de cuerda y en el canto –afirma Cicerón– han conseguido regresar a las alturas celestiales”.

“Ciegos son los pensamientos del hombre –dice Píndaro– cuando busca el camino con ingenios del intelecto sin las musas”. Pero si, continuando el sentido del poeta griego, se deja conducir por las musas, es decir, por la voz de la esencia misma de las cosas, entonces las palabras son inspiradas no solamente por lo vivido y por lo experimentado, sino también por el plano divino. Como dice Píndaro, ha montado el carro de la musa y puede llamarla su madre, y llamarse a sí mismo su compañero, acólito o profeta.

El arrebato de las musas –las artes– transporta nuestro espíritu de gloria en gloria, hasta esa cima de gozo en la conciencia donde el ojo del mundo –más allá de la esperanza, más allá del temor– reconoce el universo en su venida, su marcha y su ser.

martes, 9 de agosto de 2016

Edith Stein. Un prólogo filosófico, 1913-1922, de Alasdair McIntyre





Edith Stein. Un prólogo filosófico, 1913-1922, 
de Alasdair McIntyre


Edith Stein (1891-1942), de ascendencia judía, convertida al catolicismo en 1922, murió en las cámaras de gas del campo aleman de Auschwitz
por Joan Ferran Brull en Libros
23 febrero, 2009


 Edith Stein (1891-1942), de ascendencia judía, convertida al catolicismo en 1922, murió en las cámaras de gas del campo alemán de Auschwitz. La presente obra pretende presentarnos el itinerario intelectual –contemplativo habría que decir mejor- de Stein, situándola en el entramado humano y espiritual en que se desenvolvió su vida. Apuntemos, de paso, que el autor de la obra –Mc Intyre- es un reputado filósofo contemporáneo, cuyas investigaciones se han desarrollado principalmente en el campo de la ética.

¿Podemos separar el pensamiento y la vida de un pensador? ¿Podemos disculpar a un pensador –piénsese en el caso Heidegger- alegando que la grandeza y profundidad de sus filosofía están muy por encima de sus actitudes vitales y sus posicionamientos políticos? La vida de Edith Stein es un ejemplo de cómo una filosofía verdadera conlleva una vida verdadera y justa. Con quince años, dejó Stein de rezar, pasando a ser una incrédula silenciosa. Sin embargo el deseo y exigencia de verdad rigurosa nunca la abandonaron.



Realizó estudios de filosofía con Husserl, el fundador de la fenomenología, en Göttingen. A este llamado “cículo de Göttingen” pertenecieron, entre otros, Max Scheler, Adolf Reinach, etcétera. El problema filosófico al que Husserl se enfrentará y la significación del fundador del movimiento fenomenológico para la historia del pensamiento, ocupan las más densas páginas de la obra que nos ocupa. Su lectura requiere atención y constancia.

Edith Stein ocupó un muy destacado lugar en dicho movimiento, aunque muy pronto emprendería su camino personal. En no pocos puntos se separa Edith Stein de su maestro Husserl: “Todos los jóvenes fenomenólogos éramos realistas convencidos. Sin embargo, las Ideen –de Husserl- contenían algunas expresiones que sonaban como si el maestro volviese al idealismo” (página 119).

Durante un tiempo de la Primera Guerra Mundial, sirvió como voluntaria de enfermería. En pleno desarrollo de la guerra -1916- obtendrá, en Friburgo, el doctorado con la calificación de summa cum laude. La tesis –acerca de la simpatía, es decir, acerca del conocimiento del otro- fue dirigida por el propio Edmund Husserl. Sin embargo, importantes y profundos cambios iban a producirse inmediatamente en su interior. Entre este año -1916- y 1922: “este es un período en el que se produce una transformación extraordinaria, que no sólo se advierte en el compromiso religioso” (página 157). 



En la génesis de esta íntima transformación se hallan las pérdidas y sufrimientos causados por la guerra, amén del cataclismo político y social. Añádase a esto el fracaso de Stein en su pretensión de acceder a la carrera académica en la universidad alemana, “aunque fue realmente providencial que fuese liberada de las limitaciones propias de la vida académica. A las esperanzas y expectativas frustrada siguió un nuevo horizonte de posibilidades” (página 158).

Se trata, para Edith Stein, de un período de frustraciones y rupturas, en el que se entremezclaron cambios en las ideas políticas (de la admiración hacia el estado prusiano a la afirmación de la superioridad de la moral sobre la política) y la evolución filosófica (trabajó en la trascripción mecanografiada de los manuscritos de Husserl, con el que se mantuvo en constante diálogo: sin embargo pronto se manifestaría la divergencia fundamental, al marchar Husserl por una senda idealista, mientras Stein se encaminaba hacia el realismo, dicho ello de forma muy simplificada). Si hemos hablado de frustraciones y rupturas, no sorprenderá que la investigación de Edith Stein en este período se dirija al problema de la relación individuo-comunidad y su fundamentación. Al mismo tiempo, irá percibiendo cómo los cambios en profundidad de nuestro ser exceden al poder de nuestra voluntad: se trataría, en palabras de la propia Stein, “de un poder situado más allá de la persona y de las conexiones naturales que la rodean” (pág. 242).

Para comprender la conversión de Edith Stein, recurre McIntyre a otros procesos de conversión: la conversión de Adolf Reinach (bautizado poco antes de partir –acompañado de las Confesiones agustinianas– para el frente, de donde no había de volver), la conversión de Rosenzweig al judaísmo, la religión de sus antepasados, y la conversión de Lukács al bolchevismo. En el caso de Edith Stein, la fe vino a perfeccionar la razón, obsequiándola con aquella claridad luminosa que siempre había buscado a través del método fenomenológico.

La primera aproximación a la fe se produjo con la experiencia del testimonio de paz y serenidad dado por Anna Reinach, quien recientemente había perdido a su marido. A partir de este momento, Edith Stein profundizará en la lectura del Nuevo Testamento y de Kierkegaard (Ejercitación del cristianismo). Sin embargo, no se sentirá atraída por el pensamiento tenso y paradójico del danés.

La más fructífera será la lectura de Santa Teresa de Ávila, en la que Stein aprecia: que quienes experimentan la presencia de Dios, tienen un historia, una vida de oración;que identifica obstáculos y dificultades; que rechaza falsos espiritualismos (no somos ángeles, sino humanos con cuerpo); que reconoce que estamos abiertos a la posibilidad de ilusión y de error. “Lo que Stein decidió de forma inmediata en respuesta a la autobiografía de Santa Teresa fue seguir el camino que Santa Teresa había descrito, es decir, la forma de vida carmelita. Precisamente porque la vida carmelita sólo es posible dentro de la Iglesia Católica, su decisión desde el principio pasaba por ser católica” (páginas 283 y 284). Con su conversión, encontraría la respuesta a las cuestiones cruciales que anteriormente se había planteado: ¿a qué comunidad pertenecer? ¿con quién mantener el diálogo que le permitiera transmitir su pensamiento y su formación personal?.

La gracia había preparado su inteligencia para acogerla después en la fe. A partir de este momento, Edith Stein entrará de lleno en el estudio de Santo Tomás de Aquino, después de haber llevado al límite las posibilidades de la fenomenología. Haciendo tal, no dejaba de moverse en la línea del pensamiento realista apuntada por Reinach. Fruto que esta conjunción del método fenomenológico y del pensamiento de Santo Tomàs de Aquino, será la obra Ser finito y ser eterno. En ella, en discusión con el pensamiento de Heidegger, plateará laradical cuestión: ¿puede entenderse la finitud al margen de la relación con el Ser eterno? “No es preciso señalar que Heidegger es incomparablemente mejor filósofo que Stein, pero la historia de la filosofía está señalada por las intervenciones de grandes filósofos que han dirigido mal la investigación filosófica” (página 311).

Murió, como dijimos, en Auschwitz. En su Testamento, de acuerdo con la tradición carmelita, constan estas palabras, muy lejos del heideggeriano “ser para la muerte”: “acepto alegremente y por adelantado la muerte que Dios me tiene preparada”.


Alasdair McIntyre

Edith Stein. Un prólogo filosófico, 1913-1922

Editorial Nuevo Inicio. Granada, 2008