Edith Stein. Un prólogo filosófico,
1913-1922,
de Alasdair McIntyre
Edith Stein (1891-1942), de ascendencia judía, convertida al catolicismo en 1922, murió en las cámaras de gas del campo aleman de Auschwitz
por Joan Ferran Brull en Libros
23 febrero, 2009
Realizó estudios de filosofía con Husserl, el fundador de la fenomenología, en Göttingen. A este llamado “cículo de Göttingen” pertenecieron, entre otros, Max Scheler, Adolf Reinach, etcétera. El problema filosófico al que Husserl se enfrentará y la significación del fundador del movimiento fenomenológico para la historia del pensamiento, ocupan las más densas páginas de la obra que nos ocupa. Su lectura requiere atención y constancia.
Edith Stein ocupó un muy destacado lugar en dicho movimiento, aunque muy pronto emprendería su camino personal. En no pocos puntos se separa Edith Stein de su maestro Husserl: “Todos los jóvenes fenomenólogos éramos realistas convencidos. Sin embargo, las Ideen –de Husserl- contenían algunas expresiones que sonaban como si el maestro volviese al idealismo” (página 119).
Durante un tiempo de la Primera Guerra Mundial, sirvió como voluntaria de enfermería. En pleno desarrollo de la guerra -1916- obtendrá, en Friburgo, el doctorado con la calificación de summa cum laude. La tesis –acerca de la simpatía, es decir, acerca del conocimiento del otro- fue dirigida por el propio Edmund Husserl. Sin embargo, importantes y profundos cambios iban a producirse inmediatamente en su interior. Entre este año -1916- y 1922: “este es un período en el que se produce una transformación extraordinaria, que no sólo se advierte en el compromiso religioso” (página 157).
En la génesis de esta íntima transformación se hallan las pérdidas y sufrimientos causados por la guerra, amén del cataclismo político y social. Añádase a esto el fracaso de Stein en su pretensión de acceder a la carrera académica en la universidad alemana, “aunque fue realmente providencial que fuese liberada de las limitaciones propias de la vida académica. A las esperanzas y expectativas frustrada siguió un nuevo horizonte de posibilidades” (página 158).
Se trata, para Edith Stein, de un período de frustraciones y rupturas, en el que se entremezclaron cambios en las ideas políticas (de la admiración hacia el estado prusiano a la afirmación de la superioridad de la moral sobre la política) y la evolución filosófica (trabajó en la trascripción mecanografiada de los manuscritos de Husserl, con el que se mantuvo en constante diálogo: sin embargo pronto se manifestaría la divergencia fundamental, al marchar Husserl por una senda idealista, mientras Stein se encaminaba hacia el realismo, dicho ello de forma muy simplificada). Si hemos hablado de frustraciones y rupturas, no sorprenderá que la investigación de Edith Stein en este período se dirija al problema de la relación individuo-comunidad y su fundamentación. Al mismo tiempo, irá percibiendo cómo los cambios en profundidad de nuestro ser exceden al poder de nuestra voluntad: se trataría, en palabras de la propia Stein, “de un poder situado más allá de la persona y de las conexiones naturales que la rodean” (pág. 242).
Para comprender la conversión de Edith Stein, recurre McIntyre a otros procesos de conversión: la conversión de Adolf Reinach (bautizado poco antes de partir –acompañado de las Confesiones agustinianas– para el frente, de donde no había de volver), la conversión de Rosenzweig al judaísmo, la religión de sus antepasados, y la conversión de Lukács al bolchevismo. En el caso de Edith Stein, la fe vino a perfeccionar la razón, obsequiándola con aquella claridad luminosa que siempre había buscado a través del método fenomenológico.
La primera aproximación a la fe se produjo con la experiencia del testimonio de paz y serenidad dado por Anna Reinach, quien recientemente había perdido a su marido. A partir de este momento, Edith Stein profundizará en la lectura del Nuevo Testamento y de Kierkegaard (Ejercitación del cristianismo). Sin embargo, no se sentirá atraída por el pensamiento tenso y paradójico del danés.
La más fructífera será la lectura de Santa Teresa de Ávila, en la que Stein aprecia: que quienes experimentan la presencia de Dios, tienen un historia, una vida de oración;que identifica obstáculos y dificultades; que rechaza falsos espiritualismos (no somos ángeles, sino humanos con cuerpo); que reconoce que estamos abiertos a la posibilidad de ilusión y de error. “Lo que Stein decidió de forma inmediata en respuesta a la autobiografía de Santa Teresa fue seguir el camino que Santa Teresa había descrito, es decir, la forma de vida carmelita. Precisamente porque la vida carmelita sólo es posible dentro de la Iglesia Católica, su decisión desde el principio pasaba por ser católica” (páginas 283 y 284). Con su conversión, encontraría la respuesta a las cuestiones cruciales que anteriormente se había planteado: ¿a qué comunidad pertenecer? ¿con quién mantener el diálogo que le permitiera transmitir su pensamiento y su formación personal?.
La gracia había preparado su inteligencia para acogerla después en la fe. A partir de este momento, Edith Stein entrará de lleno en el estudio de Santo Tomás de Aquino, después de haber llevado al límite las posibilidades de la fenomenología. Haciendo tal, no dejaba de moverse en la línea del pensamiento realista apuntada por Reinach. Fruto que esta conjunción del método fenomenológico y del pensamiento de Santo Tomàs de Aquino, será la obra Ser finito y ser eterno. En ella, en discusión con el pensamiento de Heidegger, plateará laradical cuestión: ¿puede entenderse la finitud al margen de la relación con el Ser eterno? “No es preciso señalar que Heidegger es incomparablemente mejor filósofo que Stein, pero la historia de la filosofía está señalada por las intervenciones de grandes filósofos que han dirigido mal la investigación filosófica” (página 311).
Murió, como dijimos, en Auschwitz. En su Testamento, de acuerdo con la tradición carmelita, constan estas palabras, muy lejos del heideggeriano “ser para la muerte”: “acepto alegremente y por adelantado la muerte que Dios me tiene preparada”.
por Joan Ferran Brull en Libros
23 febrero, 2009
Edith Stein (1891-1942), de ascendencia judía, convertida al catolicismo en 1922, murió en las cámaras de gas del campo alemán de Auschwitz. La presente obra pretende presentarnos el itinerario intelectual –contemplativo habría que decir mejor- de Stein, situándola en el entramado humano y espiritual en que se desenvolvió su vida. Apuntemos, de paso, que el autor de la obra –Mc Intyre- es un reputado filósofo contemporáneo, cuyas investigaciones se han desarrollado principalmente en el campo de la ética.
¿Podemos separar el pensamiento y la vida de un pensador? ¿Podemos disculpar a un pensador –piénsese en el caso Heidegger- alegando que la grandeza y profundidad de sus filosofía están muy por encima de sus actitudes vitales y sus posicionamientos políticos? La vida de Edith Stein es un ejemplo de cómo una filosofía verdadera conlleva una vida verdadera y justa. Con quince años, dejó Stein de rezar, pasando a ser una incrédula silenciosa. Sin embargo el deseo y exigencia de verdad rigurosa nunca la abandonaron.
Realizó estudios de filosofía con Husserl, el fundador de la fenomenología, en Göttingen. A este llamado “cículo de Göttingen” pertenecieron, entre otros, Max Scheler, Adolf Reinach, etcétera. El problema filosófico al que Husserl se enfrentará y la significación del fundador del movimiento fenomenológico para la historia del pensamiento, ocupan las más densas páginas de la obra que nos ocupa. Su lectura requiere atención y constancia.
Edith Stein ocupó un muy destacado lugar en dicho movimiento, aunque muy pronto emprendería su camino personal. En no pocos puntos se separa Edith Stein de su maestro Husserl: “Todos los jóvenes fenomenólogos éramos realistas convencidos. Sin embargo, las Ideen –de Husserl- contenían algunas expresiones que sonaban como si el maestro volviese al idealismo” (página 119).
Durante un tiempo de la Primera Guerra Mundial, sirvió como voluntaria de enfermería. En pleno desarrollo de la guerra -1916- obtendrá, en Friburgo, el doctorado con la calificación de summa cum laude. La tesis –acerca de la simpatía, es decir, acerca del conocimiento del otro- fue dirigida por el propio Edmund Husserl. Sin embargo, importantes y profundos cambios iban a producirse inmediatamente en su interior. Entre este año -1916- y 1922: “este es un período en el que se produce una transformación extraordinaria, que no sólo se advierte en el compromiso religioso” (página 157).
En la génesis de esta íntima transformación se hallan las pérdidas y sufrimientos causados por la guerra, amén del cataclismo político y social. Añádase a esto el fracaso de Stein en su pretensión de acceder a la carrera académica en la universidad alemana, “aunque fue realmente providencial que fuese liberada de las limitaciones propias de la vida académica. A las esperanzas y expectativas frustrada siguió un nuevo horizonte de posibilidades” (página 158).
Se trata, para Edith Stein, de un período de frustraciones y rupturas, en el que se entremezclaron cambios en las ideas políticas (de la admiración hacia el estado prusiano a la afirmación de la superioridad de la moral sobre la política) y la evolución filosófica (trabajó en la trascripción mecanografiada de los manuscritos de Husserl, con el que se mantuvo en constante diálogo: sin embargo pronto se manifestaría la divergencia fundamental, al marchar Husserl por una senda idealista, mientras Stein se encaminaba hacia el realismo, dicho ello de forma muy simplificada). Si hemos hablado de frustraciones y rupturas, no sorprenderá que la investigación de Edith Stein en este período se dirija al problema de la relación individuo-comunidad y su fundamentación. Al mismo tiempo, irá percibiendo cómo los cambios en profundidad de nuestro ser exceden al poder de nuestra voluntad: se trataría, en palabras de la propia Stein, “de un poder situado más allá de la persona y de las conexiones naturales que la rodean” (pág. 242).
Para comprender la conversión de Edith Stein, recurre McIntyre a otros procesos de conversión: la conversión de Adolf Reinach (bautizado poco antes de partir –acompañado de las Confesiones agustinianas– para el frente, de donde no había de volver), la conversión de Rosenzweig al judaísmo, la religión de sus antepasados, y la conversión de Lukács al bolchevismo. En el caso de Edith Stein, la fe vino a perfeccionar la razón, obsequiándola con aquella claridad luminosa que siempre había buscado a través del método fenomenológico.
La primera aproximación a la fe se produjo con la experiencia del testimonio de paz y serenidad dado por Anna Reinach, quien recientemente había perdido a su marido. A partir de este momento, Edith Stein profundizará en la lectura del Nuevo Testamento y de Kierkegaard (Ejercitación del cristianismo). Sin embargo, no se sentirá atraída por el pensamiento tenso y paradójico del danés.
La más fructífera será la lectura de Santa Teresa de Ávila, en la que Stein aprecia: que quienes experimentan la presencia de Dios, tienen un historia, una vida de oración;que identifica obstáculos y dificultades; que rechaza falsos espiritualismos (no somos ángeles, sino humanos con cuerpo); que reconoce que estamos abiertos a la posibilidad de ilusión y de error. “Lo que Stein decidió de forma inmediata en respuesta a la autobiografía de Santa Teresa fue seguir el camino que Santa Teresa había descrito, es decir, la forma de vida carmelita. Precisamente porque la vida carmelita sólo es posible dentro de la Iglesia Católica, su decisión desde el principio pasaba por ser católica” (páginas 283 y 284). Con su conversión, encontraría la respuesta a las cuestiones cruciales que anteriormente se había planteado: ¿a qué comunidad pertenecer? ¿con quién mantener el diálogo que le permitiera transmitir su pensamiento y su formación personal?.
La gracia había preparado su inteligencia para acogerla después en la fe. A partir de este momento, Edith Stein entrará de lleno en el estudio de Santo Tomás de Aquino, después de haber llevado al límite las posibilidades de la fenomenología. Haciendo tal, no dejaba de moverse en la línea del pensamiento realista apuntada por Reinach. Fruto que esta conjunción del método fenomenológico y del pensamiento de Santo Tomàs de Aquino, será la obra Ser finito y ser eterno. En ella, en discusión con el pensamiento de Heidegger, plateará laradical cuestión: ¿puede entenderse la finitud al margen de la relación con el Ser eterno? “No es preciso señalar que Heidegger es incomparablemente mejor filósofo que Stein, pero la historia de la filosofía está señalada por las intervenciones de grandes filósofos que han dirigido mal la investigación filosófica” (página 311).
Murió, como dijimos, en Auschwitz. En su Testamento, de acuerdo con la tradición carmelita, constan estas palabras, muy lejos del heideggeriano “ser para la muerte”: “acepto alegremente y por adelantado la muerte que Dios me tiene preparada”.
Alasdair McIntyre
Edith Stein. Un prólogo filosófico, 1913-1922
Editorial Nuevo Inicio. Granada, 2008
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