domingo, 29 de noviembre de 2015

Carl Gustav Jung: Arquetipos, Mística, Incosciente colectivo: Dr. Adolfo Vásquez Rocca



 La obra de Carl Gustav Jung



Carl Gustav Jung es un psicólogo y psiquiatra suizo. Nació en Kesswill en 1875 y murió en Küssnacht en el año de 1961. Estudió Medicina en Basilea e inició en la clínica de psiquiatría de la Universidad de Zurich. En 1905 fue nombrado profesor libre de Psiquiatría donde conoció a Sigmund Freud. Jung denominó su propia doctrina "psicología analítica", y luego "psicología compleja", para distinguirla del psicoanálisis freudiano. En 1920 apareció otra obra suya de importancia, Psichologische Typen, en la que definió algunas orientaciones fundamentales de la personalidad humana, buscadas en las culturas e individualidades más diversas de la historia.

El tema principal de investigación de Jung es la psique, o lo psíquico como totalidad. La psique comprende la conciencia y lo inconciente. Además que el centro de la conciencia es el “yo”, y es a partir de esto que Jung considera que en la psique tiene lugar numerosas compensaciones, es decir, ciertas funciones psiquicas activas y pasivas. Con ello pudo mostrar Carl Jung que por el estudio de la simbólica puede haber representaciones fundamentales en la experiencia del hombre y por ello dar un sentido a las cosas.



CARL GUSTAV JUNG: ARQUETIPOS, MÍSTICA E INCONSCIENTE COLECTIVO
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de Dr. Adolfo Vásquez Rocca (Universidad Complutense de Madrid – Multiversidad Mundo Real Edgar Morin).

  1.- Los inicios del Psicoanálisis; Freud y Jung.

En marzo de 1907, Carl Jung y Sigmund Freud se reúnen por primera vez y sostienen una apasionada conversación de 13 horas; seis años después, el idilio intelectual entre el creador de la psicología analítica y el fundador del psicoanálisis colapsa. De ello da cuenta A Most Dangerous Method1 (Un método muy peligroso), libro de John Kerr, publicado en 1994, que reconstruye la historia del psicoanálisis a partir de una exhaustiva investigación de miles de cartas y documentos inéditos. El ensayo desbarata los mitos acerca de los modelos terapéuticos de la época, el nacimiento de las teorías de Freud y su relación con Jung. Introduce a un tercer personaje del cual se sabía poco, Sabina Spielrein, una paciente a la que Jung hizo su amante, terminó convertida en psicoanalista y jugó un rol clave en el desarrollo de esta ciencia; el descubrimiento de sus diarios y correspondencia en 1977 ha venido a reformular la historia del psicoanálisis.

Freud estaba persuadido de que era propio de la naturaleza misma de la doctrina analítica, en lo que respecta –por ejemplo–  a su concepción de la culpa[1], presentarse como chocante y subversiva.
Cuando Freud y Carl Jung navegaban hacia los Estados Unidos para pronunciar unas conferencias sobre Psicoanálisis, –con su habitual humor cáustico– decía a sus compañeros de viaje: “Ellos piensan que les traemos la cura cuando en realidad les traemos la peste“.[2]

Freud previó en varias ocasiones que el psicoanálisis hallaría su verdadera tierra de promisión en Norteamérica. La buena acogida que se le dispensó en 1909 en la Universidad de Worcester, en contraste con la hostilidad crónica que en Viena se cernía hacia su persona y su obra, está en el origen de esta apreciación. Mas, a pesar de ello, Freud insistió en que la lucha por el psicoanálisis tenía que decidirse en los viejos centros de cultura, en la vieja Europa que tanta resistencia le oponía a sus teorías.

Durante un discurso pronunciado en Viena en 1955, muy cerca de la casa de Freud, Jacques Lacan desarrolló la idea muy francesa y muy surrealista –piénsese en Antonin Artaud– según la cual la invención freudiana sería comparable a una epidemia susceptible de invertir los poderes de la norma, de la higiene y del orden social: la peste.[3] Europa contra Estados Unidos.

“Así es –afirmó ese día– como la frase de Freud a Jung, de cuya boca la conozco, cuando, invitados los dos en la Clark University, tuvieron a la vista el puerto de Nueva York y la célebre estatua que alumbra al universo: ‘No saben que les traemos la peste’, le es enviada de rebote como sanción de una hybris cuyo turbio resplandor no apagan la antífrasis y su negrura. La Némesis, para agarrar en la trampa a su autor, sólo tuvo que tomarle la palabra. Podríamos temer que hubiese añadido un billete de regreso en primera clase.”[4]

Efectivamente el psicoanálisis es un jarabe duro de tragar, que atenta contra el narcisismo primario, atenta contra la  auto-complacencia humana, el bien y el mal a menudo no son más que construcciones culturales y sociales con lo que gran parte de lo mejor de nosotros mismos es víctima de una represión.

“La singularidad del psicoanálisis, la singularidad que le confiere toda su fuerza de ruptura y roda su amplitud de época, consiste en haber inaugurado un modo de pensamiento que disuelve el sentido por principio, que no sólo simplemente lo reenvía fuera de la verdad y fuera del rigor (como podían hacerlo, aun en tiempos de Freud, otros vieneses), sino que destituye el sentido por principio, reconduciéndolo a su demanda y exponiendo la verdad como decepción de la demanda.”[5]

En la medida en que el psicoanálisis se coloca por principio bajo el signo de una terapia, y aunque fuese a la mayor distancia de toda normalización y ´confortación del Yo`, pero en la medida en que precisamente no señala nada en el mundo que pueda llamarse estado normal o sano y a partir de lo cual pueda regular su proceder, el psicoanálisis no puede ser concebido simplemente como una terapia interna del mundo; pero por otra parte tampoco puede evitar enfocarse la terapia del mundo mismo, de ´todo el mundo`. Eso es a lo que El Malestar en la cultura parece responder con su  constatación de impotencia. Pero es lo que acaso deberíamos comprender de manera distinta hoy en día: no es que el mundo sea incurable, es que sencillamente no está allí para ser curado.[6]

Volviendo sobre el mítico viaje de Freud a EE.UU. recreando la lúgubre figura de Nosferatu podemos señalar que fue precisamente el expresionismo alemán el que aportó el marco idóneo para elaborar el temor a lo sobrenatural[7], lo onírico (bello y siniestro) y la estética de ‘diablérie’.  Influido indirectamente por el Romanticismo fue el viejo Schopenhauer quien dio cuenta de la inquietante serenidad de mármoles y estatuas, la estricta jerarquía de cánones y valores que era barrida por un viento originado en las turbulencias del sujeto. Cabe precisar, sin embargo, que  Schelling, Fichte e incluso Hegel, son quienes manifiestan una tendencia romántica, en Schopenhauer hallaríamos, más bien, algo más cercano a lo que, en el mundo del arte, se conocería como Expresionismo.

Mientras los románticos auténticos morían o enloquecían antes de cumplir los treinta, los otros precisamente a esa edad ingresaban al servicio del Estado o restablecían sus mentes perturbadas con el agua bendita de la Iglesia Católica. Ante este panorama demencial nada tenía de raro que el mismo Goethe pronunciase la sentencia: lo clásico es lo sano, lo romántico es lo enfermo.[8]

Así el Nosferatu de Murnau aparece como emulación de la pesadilla que la historia de Dracula (Bram Stoker) requería. El conde Orlok es un ser de fisonomía imposible; grotesco, siempre cobijado en lugares lóbregos, artífice de la peste bubónica… Es un fantasma que habita un ignoto castillo erigido como monumento a su soledad; la soledad del monstruo. Lo que predomina durante ‘Nosferatu’ es el temor a un ser que trae la peste y –con ello– maldición y mortandad.

La llegada del barco al puerto con Nosferatu de pie sobre la cubierta es una escena imborrable, sobrecogedora, definitiva. Pero, ¿qué trae el vampiro a la ciudad, qué terrible carga lo acompaña? Trae la peste, pues el barco está lleno de ratas. También aparecen las ratas, incontables ratas en ebullición, en la lúgubre mansión de Carfax de la novela de Stoker, aunque huyen despavoridas ante la presencia de los perros que lleva el grupo intruso encabezado por Van Helsing. 

En la película de Murnau el mal se identifica con la epidemia de peste bubónica, de innegables resonancias bajomedievales, una evocación temporal que está en la propia estética, en la puesta en escena y en los decorados del filme, algo que ni mucho menos es ajeno al expresionismo cinematográfico alemán, poderosa corriente artística del periodo de la República de Weimar a la que pertenece la obra. Pero el guionista, con aquella imprevista comunicación telepática, no sólo está indicando el “poder sobrenatural del amor”, sino que quien vence al vampiro, quien lo destruye definitivamente, es la joven esposa, Ellen Hutter, pues lo espera y permite que se introduzca en su habitación, reteniéndolo hasta que se hace de día y Nosferatu se desvanece. La pureza, la inocencia, han vencido al mal.[9]

 2.- Carl Gustav Jung: Psicología analítica.
La psicología analítica es la obra de Carl Gustav Jung y sus seguidores. También conocida como psicología de los complejos, el término aparece oficialmente en 1913 para designar una ampliación del psicoanálisis, razón por la cual se la tiene tanto por una escuela de psicoanálisis como por una tendencia de la psicología profunda, según la expresión de Bleuler para caracterizar a toda psicología que parta de la hipótesis de la existencia de una psique inconsciente.

Carl Gustav Jung (1875-1961) era un joven psiquiatra ya reconocido por la profesión cuando asumió la defensa de la obra de Freud, tanto en los foros psiquiátricos como en su propia obra, iniciada en 1902. Su estrecha colaboración desde 1907 se rompería en 1913 a instancias de Freud, para quien los desarrollos Junguianos del psicoanálisis no resultaban acordes con su propia teoría. Atrás quedarán los años en los que Jung fue el presidente de la Asociación Psicoanalítica Internacional desde su fundación en 1910 hasta el inicio de la primera Guerra Mundial. Una época en la que se constituye y alcanza una dimensión internacional (Europa y Estados Unidos) el movimiento psicoanalítico nacido en Viena alrededor de Freud a partir de 1900.

Jung empieza su vida profesional en el centro psiquiátrico más importante del momento, la Clínica Universitaria Burgöhlzli, dirigida a la sazón por Eugen Bleuler, creador de la noción de “esquizofrenia” y un facilitador del psicoanálisis durante esos años. En la Clínica Jung se familiariza con la psiquiatría del momento tanto en su aspecto terapéutico como experimental e investigador. De esa dedicación saldrán la primera lectura psicoanalítica de las psicosis, el dispositivo experimental del Test de Asociación de Palabras y la noción de “complejo”, además de varios estudios de psicoanálisis infantil y criminología psicoanalítica.

En 1910 Jung se sumerge en la mitología y en 1912 presenta su idea de inconsciente colectivo, elabora una concepción energetista de la libido y en la clínica considera más importante el conflicto actual que el infantil. Tales modificaciones no fueron consideradas pertinentes por el psicoanálisis de entonces, como tampoco lo serían ninguna de las presentadas por los distintos autores que jalonan esa historia de cismas que es el psicoanálisis. Después de más de un siglo de psicoanálisis y sobredosis de psicoterapias, todo eso es agua pasada. Hay muchas síntesis que articulan parcial o totalmente diferentes puntos de vista en psicoanálisis, psicología y psiquiatría, dando lugar a múltiples abordajes al sufrimiento.

La psicología analítica parte de la existencia de un inconsciente colectivo en la psique de cada individuo, de modo que la consciencia, ligada al yo, no sólo ha de vérselas con los contenidos propios de lo inconsciente personal, los complejos, personalizados en lo que Jung llama sombra, sino con todos los contenidos transpersonales que moran en nuestro interior, los arquetipos. La relación de este yo -un complejo entre los demás, pero dotado de consciencia- con lo inconsciente colectivo a lo largo de la biografía constituye el proceso de individuación, o autorrealización psíquica. Este proceso, entendido como una articulación de opuestos psíquicos que se presenta en forma de conflictos, compensaciones y complementariedades, consiste en la diferenciación consciente por parte del individuo de dos grandes sistemas de opuestos: individual/colectivo y consciente/inconsciente. 

Dentro de éstos se incluyen externo/interno, antes/después, sí/no o cualquiera de los opuestos que la consciencia establece para configurar una realidad desde lo Real.

El proceso de individuación tiene la naturalidad del crecimiento y como tal sigue las fases de la vida desde la infancia a la senectud, con sus diversas características. En cada momento dominan distintos aspectos biológicos, sociales, arquetípicos que van sacando a la luz el carácter del individuo, su individualidad psíquica, que Jung llama sí-mismo, sujeto tanto de la conciencia como de lo inconsciente. El despliegue del sí-mismo como articulación de arquetipos en el proceso de individuación es el objeto específico de la psicología analítica.

La psicología analítica define una estructura de la psique y una energía que explica su dinámica. Esta energía es la libido, expresada en el interés que muestra el sujeto hacia sus diversos objetos. 

Conducida por ese interés, la consciencia se amplía y diferencia. La libido sigue las leyes de la energía en cuanto se produce gracias a un gradiente de potencial -el conflicto psíquico-, se conserva en los procesos de comprensión y se degrada en sistemas cerrados. Presenta una dirección en el tiempo -progresión/regresión- y el espacio -extraversión/introversión.

En cuanto a la estructura de la psique, en un primer momento Jung delimita los sistemas de la consciencia, lo inconsciente personal -que integra el subconsciente y lo inconsciente freudianos- e inconsciente colectivo. Más adelante la define según los arquetipos persona, sombra, ánima/animus y sí-mismo. La dialéctica entre persona (el arquetipo de lo social) y sombra permite la diferenciación del yo, que en la dialéctica con su contraparte sexual inconsciente (ánima en el varón, ánimus en la mujer) da fe del sí-mismo. Éste, en contacto con lo Real a través del alma del mundo expresada en las sincronicidades, hace consciente el unus mundus, lo Real.

La constitución y diferenciación de esas figuras ocupa el proceso de individuación, cuya consciencia relativa es la meta del análisis. Un análisis que consiste en procurar el diálogo entre consciente e inconsciente. Un instrumento específico para llevar adelante ese diálogo es la imaginación activa, basada en la función trascendente, que vincula consciente e inconsciente y permite la transformación psíquica. El otro método fundamental es la interpretación de los sueños, para la que Jung define un nivel objetivo y otro subjetivo, recomienda el estudio de las series de sueños y elabora un concepto de símbolo onírico coherente con la hipótesis de lo inconsciente colectivo.

Con estas herramientas conceptuales Jung va creando una psicología, aunque su interés no es tanto elaborar un sistema cuanto ayudarse de una serie de conceptos e hipótesis para enfrentar las necesidades clínicas. Surge así su tipología en 1921. Definiendo cuatro funciones psíquicas en oposición, pensar/sentir como actos judicativos y sensación/intuición como actos dados, considera cuatro tipos psicológicos ideales con una función dominante, con su opuesta infradesarrollada y las otras dos actuando de auxiliares. Según sea la actitud dominante extravertida o introvertida los cuatro tipos se doblan en ocho, constituyendo así una caracterología aproximada que permite orientarse en la clínica y explicar muchos de los conflictos interpersonales y elecciones de objeto.

En una primera formulación, la psicoterapia consiste en atender a los movimientos y transformaciones de la libido, siguiendo sus procesos de investidura de los diversos objetos. Estos objetos, imágenes en su inmediatez psíquica, pueden ser asociados a los diversos niveles de la psique. 

En el nivel de lo inconsciente personal forman parte de los complejos, en el de lo inconsciente colectivo, de los arquetipos. La investigación de los complejos remite a la historia personal, las experiencias vividas por el individuo. El estudio de los arquetipos remite sin embargo a la especie humana en su despliegue histórico. Estos dos niveles constituyen los aumentos de microscopio que la psicología analítica considera imprescindibles.

La obra de Jung se constituye a lo largo de sesenta años. Sus primeras publicaciones, las conferencias del club universitario Zofingia, datan de 1896-99, y de 1902 es su tesis de licenciatura Acerca de la psicología y patología de los llamados fenómenos ocultos. Puede verse una evolución y una complejidad creciente desde sus iniciales escritos psiquiátricos de la primera década del siglo XX a los últimos textos alquímicos a partir de 1944. Los libros fundamentales de este periplo son: La psicología de la demencia precoz (1907), Transformaciones y símbolos de la libido (1912), Tipos psicológicos (1921), Las relaciones entre el yo y lo inconsciente (1928), Psicología y alquimia (1944), La psicología de la transferencia (1946), Aion (1951), La interpretación de la naturaleza y la psique (1952), obra que reúne los estudios de Jung sobre la sincronicidad y un largo artículo de W. Pauli, y Mysterium coniunctionis (1955-56), además de una multitud de artículos especializados.

La psicología analítica no sólo es creación de Jung, también lo es de los discípulos y colegas que estuvieron cerca de él y de quienes posteriormente han ahondado en su perspectiva. Agrupados desde 1916 en los clubes psicológicos -el primero en Zúrich y poco después en Inglaterra (1922), la costa este norteamericana (1936) y, a partir de 1939, Alemania, Francia e Italia-, en 1948 se crea el Instituto C.G.Jung de Zúrich y en 1955 la Asociación Internacional de Psicología Analítica. En cuanto a la relación de Jung con otros estudiosos, tan importante para la profundización en los conocimientos necesarios para la elaboración de la psicología analítica, contó desde 1933 con los encuentros anuales Eranos.

Los psicólogos analíticos han ido dejando una sugerente obra propia que amplía y modifica las concepciones de Jung. Para situar a estos autores se han propuesto varias clasificaciones. La más generalizada se debe a Samuels, quien establece tres escuelas o paradigmas que orientan la clínica y la investigación: clásica, centrada en el sí-mismo, evolutiva, que atiende centralmente al proceso de individuación, y arquetipal, orientada más bien al juego de los arquetipos. Últimamente, este autor añade un cuarto grupo, que llama fundamentalista, cuya apelación lo dice todo.

Pueden encontrarse confluencias de la psicología analítica con el psicoanálisis en todas sus escuelas, la psicología profunda y la psiquiatría existencial. En cuanto a sus influencias, se rastrean en las psicologías sistémica, humanista, evolutiva y transpersonal y, más allá del campo específico de la psicoterapia y la psicología, en el estudio de las artes plásticas, la literatura, la ciencia de las religiones, la antropología, la epistemología y la política.

3.- La Teoría de los Arquetipos.

 “El arquetipo es una tendencia a formar tales representaciones de un motivo –representaciones que pueden variar mucho en el detalle sin perder un patrón básico… Son de hecho una tendencia instintiva (…) Es esencial insistir que no son meros conceptos filosóficos. Son pedazos de la vida misma –imágenes que están integralmente conectadas al individuo a través del puente de las emociones- «No se trata, pues, de representaciones heredadas, sino de posibilidades heredadas de representaciones. Tampoco son herencias individuales, sino, en lo esencial, generales, como se puede comprobar por ser los arquetipos un fenómeno universal»”.[10]

Entre el inmenso legado de Carl Jung, aquel que ha pasado a la historia por sus teorías y métodos revolucionarios en el mundo de la psicología, hay un tema que sobresale y ha sido su herencia más duradera: La Teoría de los Arquetipos.

Jung busca e investiga a los arquetipos en las doctrinas de las tribus primitivas, en las doctrinas secretas esotéricas, en las religiones, en los mitos y leyendas, en los símbolos del Tarot, en las imágenes de la Alquimia y muy especialmente en los sueños, en los que se apoya para la psicoterapia.

Hay que empezar por decir que Jung pensaba que no venimos al mundo como una tabula rasa, no venimos ‘en blanco’ como planteaba Freud, el ser humano según Jung, ya nace con información y ciertas creencias: “no existe una sola idea o concepción esencial que no posea antecedentes históricos”. Estos antecedentes históricos llegan a nosotros inconscientemente, y otros los vamos aprendiendo por medio de mitos, leyendas y la experiencia.

Es fácil identificar diferentes tipos de patrones de conducta en los mitos y leyendas de las culturas antiguas, todas tienden a tener un mismo héroe y trama, tienden, básicamente, a repetirse. Esta continua repetición de historias con los mismos personajes y el mismo guión es lo que llamamos Arquetipos.

4.- Psicología y alquimia: Patología de los fenómenos ocultos.

Carl Gustav Jung desde pequeño se manifestó su interés por la metafísica, alquimia, eventos paranormales, y las tragedias griegas. Aprendió lenguas antiguas como el sánscrito, y así llegó al conocimiento oriental leyendo los sagrados libros hindúes y practicando el I-Ching.

A pesar de escoger la arqueología como primera opción de carrera, llega la psicología influido por el famoso neurólogo Kraft-Ebing y los sucesos sobrenaturales de su vida. Sucesos que le llevaron a escribir su tesis ‘Acerca de la psicología y patología de los llamados fenómenos ocultos’.
Luego de graduarse se estableció en el Hospital Mental de Burghoeltzli en Zurich bajo la tutela de Eugene Bleuler, padre y conocedor relevante de los estudios sobre la esquizofrenia. En 1903, se casa con Emma Rauschenbach. En aquel tiempo, también dedicó parte de su tiempo a dar clases en la Universidad de Zurich y mantenía una consulta privada. Fue aquí donde inventó la técnica de la asociación de palabras.

Siendo un fanático de Freud, su sueño era conocerlo, el tan ansiado encuentro se daba en Viena en 1907. Cuenta la leyenda que el impacto que provocó Jung en Freud hizo que éste cancele todas sus citas del día y así poder continuar la tertulia, la misma que se extendería ¡por 13 horas! 

Eventualmente, Freud consideró a Jung su sucesor en el psicoanálisis y su mano derecha.
Generalmente se piensa que Carl Jung fue un discípulo de Freud, craso error, craso error; Jung sería más cercano a un colaborador y colega, que a un discípulo… Cuando los dos se conocieron, Jung ya poseía estudios anteriores de psicoanálisis, y sus propias teorías que compartió y debatió con Freud.

5.- Diferencias Fundamentales entre Freud y Jung.

La psicología de Jung se basa en la desilusión que le provocaba el racionalismo científico – lo que él llama “el espíritu de los tiempos” – y en el transcurso de muchos encuentros quijotescos con su propia alma y con otras figuras interiores, viene conocer y apreciar “el espíritu de las profundidades”, un campo que deja espacio para la magia, la coincidencia y las metáforas mitológicas entregados por los sueños-, ojo, que esto no significa que lo negara o no aplicara el racionalismo, pero le sirvió para intentar buscar nuevas formas de terapia psicoanalítica.

Quizá la mayor diferencia entre los dos fue la forma de definir al inconsciente, para Freud, como sabemos, se basa en las pulsiones primigenias y aquellas emociones reprimidas del ser humano cuyo único motor es la energía llamada libido, la cual es exclusivamente de naturaleza sexual. Jung, por su parte, pensaba que en el inconsciente se encuentra aquello que hace del hombre un ser creativo y aquello que lo hace buscar el autodesarrollo y su evolución psíquica, admite que la libido está presente, por supuesto, actuando como una energía creativa y creadora.

Freud divide al aparato psíquico en consciente, preconsciente e inconsciente. Para Jung existe el inconsciente personal o individual e inconsciente colectivo. Para entender los dos tipos de inconscientes propuestos por Jung, citaré la forma que él tenía para describirlo:
La mente consciente es la parte visible de una isla, el inconsciente del individuo es la parte sumergida de la isla y el inconsciente colectivo, común a todos los seres humanos, es el océano a su alrededor.

‘El Inconsciente Colectivo, a diferencia del Inconsciente Personal, alberga no solo contenidos de la experiencia personal sino que se le añaden contenidos referidos a instintos, impulsos naturales o adquisiciones de orden colectivo, o sea predisposiciones compartidas por toda la humanidad más allá de la diferencias históricas y culturales.’[11]

Freud habla de tres estadios psíquicos: El Ello, El yo y El superyó. El ‘yo’ actúa como mediador entre El Ello y Superyó. Mientras Jung identificaba solamente al ‘yo’, debatiéndose entre el inconsciente personal y el inconsciente colectivo.

El objetivo del método de Freud era fortalecer al “yo” sobre las otras dos y así desarrollar dos objetivos limitativos; amar y trabajar. En cambio para Jung el ‘yo’ era algo imperfecto y lo que buscaba era la evolución del ‘yo’ al ‘self’ (sí mismo), la totalidad, la cumbre del desarrollo psíquico humano.

Para llegar a este ‘self’, Jung proponía vencer los complejos que poseemos. Complejos que para Jung eran el origen de toda perturbación mental, y descubrió analizando la mitología ancestral, y aplicándola a las terapias y los sueños de sus pacientes. Estudiando los complejos encontró que en la psique existen estructuras y patrones ancestrales que denominó arquetipos, éstos emanan del inconsciente colectivo. Entre los muchos arquetipos que encontró identificó  principales que son: ánima, ánimus, sombra, persona, sí-mismo (self).

La Persona: La cara que se presenta al mundo
La sombra: La parte de nosotros no reconocida pero que sin embargo, existe.
El Self: La conjunción armónica del ‘yo’ y el todo.
El Anima: La imagen femenina en la psique masculina
El Animus: La imagen masculina en la psique femenina

6.- El mundo onírico: efectos del inconsciente colectivo.

Arquetipo son los contenidos del inconsciente colectivo. Jung también les llamó dominantes, imagos, imágenes primordiales o mitológicas y otros nombres, pero el término arquetipo es el más conocido. 

El arquetipo es una tendencia innata (no aprendida) a experimentar las cosas de una determinada manera.

Jung llamó arquetipos a las ideas en común que comparte la humanidad, indistintamente del credo o cultura; ya sea la creencia en determinados seres mitológicos, o la aberración hacia el incesto, por citar dos ejemplos.

Los arquetipos vendrían a ser las representaciones milenarias del inconsciente colectivo.
Un arquetipo puede ser ampliamente definido como un tipo de persona o conducta, ya que puede dividirse en dos subcategorías.
La primera, los estereotipos, se refieren a un tipo de personalidad o conducta que se observa en muchas ocasiones y aplicados de manera y el segundo se refiere a la ejemplificación de una personalidad o comportamiento.

Entre las grandes pasiones de Jung se encontraba el mundo onírico,  siempre le llamó la atención el significado que podría existir en los sueños. Socializaba sus sueños a su familia y amigos pero jamás encontraba respuesta concreta que le satisfaga. Pasó muchos años presa de este enigma, hasta que a partir de la Primera Guerra Mundial empezó a anotar sus sueños, fantasías y visiones, los dibujaba, pintaba y esculpía, todo esto fue recopilado en el ahora famoso Libro Rojo de Jung. Se dio cuenta que sus experiencias tendían a tomar formas humanas, empezando por un anciano sabio y su acompañante, una niña pequeña. El anciano sabio evolucionó, a través de varios sueños, hasta una especie de gurú espiritual. La niña pequeña se convirtió en “anima”, el alma femenina, que servía como medio de comunicación entre el hombre y los aspectos más profundos de su inconsciente.

Existe una anécdota, entre muchas, de cómo Jung aprendió a interpretar sus sueños y llegó a predecir la WW II: Empieza con un duende marrón que apareció como celador de la entrada al inconsciente. 

Era “la sombra”, una compañía primitiva del Yo de Jung. Jung soñó que tanto él como el duende, habían asesinado a la preciosa niña rubia, a la que llamó Siegfried. Para él, esta escena representaba una precaución con respecto a los peligros del trabajo dirigido solo a obtener la gloria y el heroísmo que prontamente causaría un gran dolor sobre toda Europa. Este dolor era la Segunda Guerra Mundial.

Fue así, como se empezaron a dilucidar para él los arquetipos y el significado de los sueños, y cómo los arquetipos se comunicaban a través del inconsciente.

7.- Mística, mitologías y  literatura.

Existen ciertas experiencias que demuestran los efectos del inconsciente colectivo más claramente que otras. La experiencia de amor a primera vista, el déjà vu (el sentimiento de haber estado anteriormente en la misma situación) y el reconocimiento inmediato de ciertos símbolos y significados de algunos mitos, se pueden considerar como una conjunción súbita de la realidad externa e interna del inconsciente colectivo. Otros ejemplos que ilustran con más amplitud la influencia del inconsciente colectivo son las experiencias creativas compartidas por los artistas y músicos del mundo en todos los tiempos, o las experiencias espirituales de la mística de todas las religiones, o los paralelos de los sueños, fantasías, mitologías, cuentos de hadas y la literatura.

Un ejemplo interesante que actualmente se discute es la experiencia cercana a la muerte. Parece ser que muchas personas de diferentes partes del mundo y con diferentes antecedentes culturales viven situaciones muy similares cuando han sido “rescatados” de la muerte clínica. Hablan de que sienten que abandonan su cuerpo, viendo sus cuerpos y los eventos que le rodean claramente; de que sienten como una “fuerza” les atrae hacia un túnel largo que desemboca en una luz brillante; de ver a familiares fallecidos o figuras religiosas esperándoles y una cierta frustración por tener que abandonar esta feliz escena y volver a sus cuerpos. Quizás todos estamos “programados” para vivir la experiencia de la muerte de esta manera.

Existen ciertas experiencias que demuestran los efectos del inconsciente colectivo más claramente que otras. La experiencia de amor a primera vista, el déjà vu (el sentimiento de haber estado anteriormente en la misma situación) y el reconocimiento inmediato de ciertos símbolos y significados de algunos mitos, se pueden considerar como una conjunción súbita de la realidad externa e interna del inconsciente colectivo. Otros ejemplos que ilustran con más amplitud la influencia del inconsciente colectivo son las experiencias creativas compartidas por los artistas y músicos del mundo en todos los tiempos, o las experiencias espirituales de la mística de todas las religiones, o los paralelos de los sueños, fantasías, mitologías, cuentos de hadas y la literatura.

La numinosidad, según Jung, es una cualidad esencial de los arquetipos; aquel carácter sagrado que poseen, la fuerza, el reconocer en ellos una entidad real. Jung sobre esto, muy poéticamente diría: 

“Para los alquimistas [los arquetipos] eran semillas de luz transmitidas en el caos… el proyecto germinal de un mundo por venir… Uno tendría que concluir a partir de estas visiones alquímicas que estos arquetipos tienen cierto resplandor, o cuasi-conciencia, y esa numinosidad contiene luminosidad”

Es por esta numinosidad que Jung trata a los arquetipos y al inconsciente como un ente propio, a pesar de carecer de forma en sí mismo, actúa como un agente organizador, o un agente del caos, sobre las cosas que hacemos.

8.-  El Freudomarxismo y la domesticación de la personalidad neurótica: reeducación del exabrupto y fin de la revuelta.

Cabe revisar la capitulación del Psicoanálisis como “crítica cultural” en manos de los neofreudianos, que han “reorientado”  –domesticado–  el psicoanálisis “hacia la tradicional psicología consciente de textura prefreudiana”

La afirmación de Freud en su viaje acerca que en lugar de llevar la salud “les trae la peste”, es una iluminadora metáfora de los aspectos subversivos de su psicoanálisis. Lamentablemente la institucionalización ulterior de los grupos psicoanalíticos, incluyendo el de Viena que comanda el propio Freud, los pone en la antípoda: su quehacer se domestica y se torna funcional a las normas de la cultura –individualista y neoliberal– y a las  condiciones de la sociedad de consumo y los sistemas políticos conservadores; y su práctica se torna elitista, restringida a los sectores medio-altos de la población, a esa suerte de intelectualidad neoyorquina.

Freud  crea una disciplina heurística, que, como todas  ellas, alberga en su seno el germen de su propia consunción. Renuncia a la demostración de los postulados, reemplazándola por las afirmaciones dogmáticas, descalificadoras frente a toda disidencia, por la masificación ideológica  y el abaratamiento conceptual y problemático. Los distintos desarrollos post-freudianos retoman y exageran estos vicios epistemológicos, agregándole un desprecio visceral a cualquier método cuantitativo.

Entre la frase de Freud: “¡No saben qué les traemos la peste…!” y la aceptación de esta disciplina e incluso su popularización en el contexto cultural de la masa, debida a estos hombres de la segunda generación de psicoanalistas parecería haber una distancia, un deslizamiento.

El ataque de Lacan a la Psicología del Yo, no busca adaptar al hombre al american way of life, ni es una teoría de la libre empresa. Se trata de otro fenómeno. Es un medio dónde el positivismo de la psicología oficial impregna toda la actividad científica, entonces esta clase de psicología intenta cumplir con las exigencias propias de éstas demandas.

De una manera o de otra, se trata quizá de un salto, en el que la teoría cedió a las necesidades de consumo espiritual de esta nueva cultura, por otra parte, un paso estrictamente necesario para la supervivencia de estos refugiados.

Las diferencias se hacen patentes tras la muerte de Freud. El psicoanálisis se convierte en una psicoterapia que busca perfeccionarse en su eficiencia.   El  psicoanalista se convierte en un especialista médico costoso, más preocupado por el reconocimiento público y las restricciones sociales, que por el estudio y el avance del desciframiento del Inconsciente. La técnica sufre transformaciones importantes y se vuelve a insistir en procurar el encuentro del “significado” del síntoma, alcanzar como meta del análisis, procurar  “el crecimiento emocional del paciente”.

Las tesis mantenidas por los revisionistas neofreudianos han sido blanco de innumerables críticas. Basta aquí citar la de Herbert Marcuse en Eros y civilización[12], en donde habla de que “la profunda dimensión del conflicto entre el individuo y su sociedad, entre la estructura instintiva y el campo de la conciencia fue allanada” por los neofreudianos, que han reorientado el psicoanálisis “hacia la tradicional psicología consciente de textura prefreudiana”. O la de Theodor W. Adorno, el cual critica el optimismo de Karen Horney y los neofreudianos, pues el hablar “del costado luminoso del individuo y de la sociedad, y no del sombrío, es exactamente la ideología oficialmente admitida y respetable», mientras que Freud, con su biologismo y su pesimismo, “apunta a la verdad sobre unas relaciones de las que nada se dice”.

Críticas aparte, debe decirse que la obra de Karen Horney[13] está enraizada en una de las dicotomías originales del psicoanálisis: la de que éste, siendo por una parte una teoría crítica del individuo y de la sociedad, es, por otra, una terapia individual cuya función es adaptadora. La misión del psicoanálisis como terapia es la de restituir al individuo, alienado por su neurosis, a la sociedad.

Ahora bien, Eros y civilización, procura la reconciliación del marxismo con el pensamiento freudiano, demuestra ya un elemento esencial de la concepción marcusiana de la “sociedad industrial”.  El psicoanálisis nace en plena época “liberal”, en la cual el “desarrollo del individuo libre” aparece como el motor del desarrollo económico y social.  Freud demuestra que “la compulsión, el rechazo y la renunciación son el material que forma a la  personalidad libre”. Como el joven Marx demostraba que el propio capitalismo estaba enajenado por el dinero.  Pero Freud sólo psicoanalizaba a burgueses, a menudo marginales.  Al llegar a Estados Unidos, Marcuse comprueba que el psicoanálisis, terapéutica liberatoria individual, se ha convertido en factor de integración:  

“Mientras el psicoanálisis reconocía que la enfermedad del individuo es, en última instancia, ocasionada y mantenida por la civilización, la terapéutica psicoanalítica intenta curar al individuo de manera que pueda continuar actuando como parte de una civilización enferma, sin capitular completamente ante ella”.  La terapéutica es un curso  de resignación que “transforma –decía Freud- la desgracia histérica en desdicha trivial”.[14]

Finalmente cabe precisar que en las teorizaciones Marcuse (como en las de E.  Fromm), el ser humano es esencialmente un buen salvaje, víctima de estructuras sociales en cuya creación parece no haber intervenido, ni encontrar ningún beneficio; tan solo el sufrimiento de verse aprisionado e incapaz de rebelarse contra un sistema social inhumano que le impide, incluso, percibir su alienación. La represión ha pasado de ser (en Freud) un mecanismo que activa el individuo, con objeto de evitar un comportamiento propio que supone peligroso para sí mismo, a ser (en los freudomarxistas) parte de una maquinaria al servicio del orden social.

Referencia
Gutta cavat lapidem – Il sito della scrittura online, creato il 27 Marzo 2010 – Anno 6º – www.rinabrundu.com

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