martes, 17 de junio de 2014

Julián Marías: Glosa del Universal.

El pensador que quiso ser pirata

Los hijos de Julián Marías trazan un retrato íntimo de su vida en el centenario de su nacimiento

 

Julián Marías, en su casa de Madrid en 1977. / César Lucas

El hijo Miguel, nacido en 1947, tiene esta visión de su padre, el filósofo Julián Marías, que hoy hubiera cumplido un siglo: “Estábamos en Sevilla, mi padre iba a dar una conferencia ante gente que se sorprendió cuando él les explicó que él no quería ser filósofo, sino que de chico soñó siempre con ser pirata”.

De la conversación con los hijos (tuvo cinco, murió a los tres años Julianín, sobreviven cuatro) resulta una imagen muy distinta de la que habitualmente se tiene de Julián Marías (Valladolid, 1914-Madrid, 2005), cuya Historia de la Filosofía (1941) fue el libro en el que varias generaciones españolas estudiaron la biografía del pensamiento.
De este hombre, que murió hace nueve años, se tiene la idea clásica del pensador con la mano en la barbilla, como en la escultura de Rodin. También fue un hombre jovial, al que los chicos hacían reír con sus propias burlas. En busca de ese caleidoscopio hablamos con cada uno. Son el citado Miguel, historiador del cine, crítico; Fernando (1949), historiador del arte; Javier (1951), novelista, académico de la Lengua; y Álvaro (1953), músico, intérprete de flauta. También hablamos con un nieto, Daniel, geógrafo, nacido en 1976, poco antes de que muriera Lolita Franco, la madre y abuela. Este hecho (ocurrido en 1977) fue la mayor tristeza del filósofo.

“Fue un hombre valiente, esa fue una constante de mi padre”, dice Álvaro. “Era un liberal, como los del XIX. Y practicaba la libertad; decía siempre lo que quería, mi hermano Javier ha heredado eso bastante. Él decía que en la dictadura había que tomarse el máximo de libertad que se pudiera… Cuando era senador real por designación de Don Juan Carlos, le reprocharon que asumiera ese puesto. Él replicó: ‘Somos senadores reales porque tenemos realidad y votamos lo que nos da la real gana y no lo que nos mande nuestro partido”.

“Era valiente. La vida no se puede vivir con dignidad sin una cierta dosis de valor, decía… Independientemente de la que ya se conoce que tuvo después de la guerra, cuando sufrió cárcel porque lo delató un amigo, cuando ya tenía ochenta años lo atracaron en la calle, viniendo de misa. 

No sé qué hizo para ahuyentar al atracador, lo cierto es que volvió a casa con su cartera”.
Ejercía de padre, “pero no en exceso”. “¡Nada de ser amigo de los hijos! Era un padre afectuoso sin manifestarlo demasiado. Cuando fui a estudiar flauta en París me escribió: ‘Se echa de menos escuchar la flauta cada día’. Ese era el límite de la expresión de su afecto. Le podías llevar matrículas que él decía: ‘Podría haber sido mejor’. Estaba siempre en guardia, no quería dejarse influenciar por los hijos”.

Hizo un juramento con su hermano Adolfo, que murió joven: no mentir jamás. “Y lo cumplió a rajatabla, a veces en circunstancias arduas… Renunció a enseñar en España porque le resultaba impensable jurar, como era obligado, los Principios del Movimiento. Jurar en falso era algo que estaba fuera de sus posibilidades, y así puso en riesgo su supervivencia y la de su familia. Pero nunca censuró ni criticó a los que lo hacían”.

Decía que en la dictadura había que tomarse el máximo de libertad
Álvaro Marías, hijo de Julián Marías
No conoció el resentimiento. “Pero tampoco conoció la cautela, ni la desconfianza. ¡Era confiadísimo! Era un ejemplo perfecto del español al que ninguna de los dos Españas iba a helarle el corazón, ¡y eso que sufrió cosas que lo hubieran congelado!”.

La delación. “Mi madre decía a veces: ‘menos mal que vuestro padre tiene una epidermis de elefante, porque si no se hubiera muerto a los veinte años…’ Ese episodio de la delación debió dejarlo herido, pero impidió que trasluciera. Jamás alardeó de haber estado en la cárcel y en sus memorias omitió el nombre del amigo que lo había delatado. Pero citó el nombre, con dos apellidos, del policía que lo había interrogado con delicadeza. No le gustó que Javier citara por su nombre a ese delator”.

Lolita Franco. “No se recuperó nunca de la muerte de nuestra madre. Fue el peor viudo que he conocido. Se refugió en el trabajo. Y escribió un montón de libros importantísimos en ese largo trance. Era una extrañísima combinación de inteligencia y bondad. Dicen que me parezco a él, ¡pero no me imagino a mi padre tocando la flauta”.

Miguel y los demás despejaban “la casa para que él escribiera. La madre decía: ‘El padre está pensando’. Él exigía silencio. La madre tenía razón: él trabajaba en casa, y si no trabajaba no comíamos… Tras el nacimiento de Javier, yo tenía cuatro años y nos fuimos a Estados Unidos; enseñar allí le cambió la vida, empezó a entrar dinero, flotamos… Javier y Álvaro vivieron una época más desahogada. No era mucho de estar con los bebés, pero como abuelo trató de adaptarse; era de una timidez enfermiza también con nosotros. Nos hacía dibujos para entretenerse, y siempre hacía los mismos; ¡iguales que los que les hizo a sus nietos! Pobre papá, qué poca inventiva plástica. Me decían en la escuela: ¿tu padre qué es? Decir ‘filósofo’ sonaba rarísimo, así que decía ‘piensa y escribe’, lo cual también era exótico. Lo que yo sabía era que mi padre estaba callado”.



El filósofo Julián Marías. / Sciammarella
“Siempre lo he encontrado muy gracioso, sin hacerse el gracioso nunca. Le tomábamos el pelo cariñosamente, hablábamos muchísimo, lo discutíamos todo, porque en las comidas siempre se habló. Respetaba a todo el mundo, también a los pesados. Nosotros decíamos: ‘¡Ese que viene esta tarde es un monstruo!’ y él replicaba que los monstruos tienen derecho a existir. Pues entonces nuestra madre simulaba darle la razón: ‘¡Cómo sois! No es un monstruo, vuestro padre tiene razón: es una mala persona y además huele muy mal”.

“Lo acompañé a Sevilla. Ahí habló de la vocación; contó que lo que quería era ser pirata. ¡La gente se partía de la risa! Pero se hizo filósofo porque una vez escuchó a Ortega y Gasset, dejó la clase de química y se metió ahí, y eso fue decisivo. Pero yo sí creo que era plausible esa vocación de pirata… Es curiosa la idea que se hizo la gente de él a lo largo de los años: era del bando perdedor y lo han tratado como si fuera del bando vencedor, y además sufrió proscripción por ello. Pero no andaba lloriqueando por eso. En casa estaban los pasaportes en regla, por si hubiera que salir pitando”.

“Tenía una confianza envidiable en mi madre. La perseguía por la casa para leerle sus textos. Se estaba lavando la cabeza, y allá que iba mi padre leyendo lo último que había escrito. Era muy crítica, y era a la que hacía más caso. En realidad ella fue la que nos llevó a las artes creativas; a mí me había leído el Amadís de Gaula cuando yo no sabía leer. Él nos llevaba a leer libros de Historia, o a Ortega… Decía que no se le puede exigir a la gente como uno se exige a sí mismo. Todo el mundo no es totalmente malo ni totalmente bueno”.

El nieto Daniel y el hijo Fernando coinciden en la misma conversación. Dice Daniel: “Tenía gracia, sentido del humor. En la casa los chicos nos quedábamos en la cocina, desde allí veíamos a los Marías en ebullición. Era un espectáculo… Él era gracioso, tenía sentido del humor. Me explicaba todo, y luego lo entendí mejor, como intelectual y como abuelo. Y me he dedicado mucho a su obra, a editarlo, a divulgarlo. Era un abuelo atípico… Le gustaba ser escuchado, claro, pero también que le contáramos, como si fuéramos colegas…”.

Pero era, verdaderamente, “ajeno al abuelismo”, así lo ve Fernando, el historiador. “Se interesaba por las personas cuando tenían uso de razón alto… Yo entraba al despacho, me sentaba en el suelo, lo veía pensar… Un día dibujé algo en el lomo de un libro; la bronca aún me suena. Así aprendí el respeto al trabajo, a la vocación, aprendí de su honradez vital. En casa aprendimos que todo tenía que ser discutido; no había entre nosotros lo que podría llamarse respeto paterno-filial, nos podía llamar majaderos, pero nosotros también podíamos ser con él irreverentes…”.

Se hizo filósofo porque una vez escuchó a Ortega y Gasset
Miguel Marías, hijo de Julián Marías
Después de la muerte de Lolita “se retrajo muchísimo”. “Miguel le exigió implicarse en las discusiones políticas de la época, tenía que escribir, salir de aquello… Apareció una señora que le hizo caso, a todos nos gusta que nos hagan caso, somos muy susceptibles al halago femenino. No fue una compensación, fue un impulso de que había que continuar viviendo. Nuestra madre había sido su vínculo con la realidad, le advertía, le ayudaba, debió sentirse muy solo…”. A Daniel le llamó la atención del abuelo “lo singular que era”, “¡Cómo nos enseñaba todo lo que sabía!”. A lo que el tío Fernando apunta: “¡Google lo hubiera hundido en la miseria!”. Era, en serio, “una enciclopedia viviente, un ejemplo presente”, que es como Fernando le dedicó uno de sus libros… En cuanto al resentimiento que no tuvo, “una nube sí existía, intentaba dominarla, luchó para que no aflorara el rencor. La destrucción del individuo a causa del rencor la vivió como una amenaza. Él tenía, como católico que era, el concepto de ese pecado”. A Daniel le gusta recordarlo, “con orgullo”; a Fernando le molesta que en los últimos años se produjera “una apropiación de su figura por parte de cierta derecha, que no era la de Adolfo Suárez”. Ellos no han querido ser parásitos de su memoria, “por eso no hemos creado ninguna fundación [Daniel: “A mí sí me gustaría que la hubiera”]; creo que lo mejor que podemos hacer, lo que a él le hubiera gustado, es seguir haciendo nuestros oficios. ¡Nos repatea la conmemoración beata!”.

De ello ha escrito mucho Javier. Y esto nos dijo, cuando íbamos a trazar este perfil familiar: “Con su permiso le atribuí el personaje de Juan Deza, en Tu rostro mañana… Ahí se narra la delación de que fue objeto, a él no le gustó que yo nombrara al delator… Discutíamos en casa, discutíamos mucho. Era estimulante para los hijos discutir con él. Él lo propiciaba: decía que el primer pensamiento no bastaba, que había que pasar al siguiente. Lo primero que se te ocurre no vale, sigue pensando, a ver qué se te ocurre, prueba a llevarte la contraria. Para un joven impaciente eso era un poco exasperante. Y a la larga es una cosa bastante inolvidable. Nos enseñaba a pensar. Intentaba siempre que siguiéramos pensando”.

No se fue al exilio. Entre otras cosas, reflexiona su hijo Javier siguiendo lo que su padre decía, porque si todo el mundo se iba entonces este país se quedaba abandonado, “y se fueron muchísimos”. Él se quedó, vivió un exilio interior, extrañado en un país sobre el que pensó para hacerlo, como reza un famoso título suyo, “inteligible”.
No pudo ser pirata; escuchando a sus descendientes, resulta obvio que nació para pensar, sin ninguna de las artes que tan bien dominan los piratas.

Una visión responsable de España

J.C.
Dos reflexiones de dos catedráticos que conocieron bien al filósofo centenario.

Juan Pablo Fusi: “Su preocupación fue España, continuamente. Abordó la historia y el presente de este país con limpieza moral e intelectual, con una prosa tranquila y precisa. A él se debe, junto a otros, como Juan Marichal, la recuperación de la cultura liberal española anterior a 1936. Su obra fue un diálogo permanente con esa cultura. Él creía en la salvación de la circunstancia española mediante la recuperación de ese espíritu. La suya fue una visión responsable de España; había que superar el conflicto de la guerra para darle continuidad a la vida intelectual. Él creía que la posibilidad de una España liberal podía salvar los naufragios de la historia. Quiso hacer España inteligible (como reza uno de sus títulos). Como aprendió de Ortega, si no se salva mi circunstancia no me salvo yo. Igual que su maestro, su preocupación era la política como compromiso; consideraba peligroso confundir lo particular con lo nacional, alertó contra la fragmentación excesiva de la organización territorial del Estado, que interpretaba erróneamente la historia de España a lo largo de siglos. Esa fue su diatriba contra el primer borrador, y subsiguientes, de la actual Constitución. España tenía que reconciliarse con su historia, sin revanchismo de ningún tipo. Él predicó con el ejemplo; fue leal a Besteiro, sufrió cárcel, y hasta 1953 no tuvo pasaporte. Nunca se manifestó agriamente por ello. Interiorizó su actitud, y eso es lo que le reclamaba a este país para que se reconciliara consigo mismo”.

Helio Carpintero. “Su Historia de la Filosofía representa la defensa de Ortega y de Zubiri, y de García Morente, que están presentes en prólogo, epílogo o dedicatorias… Reclamaba la vigencia de una tradición filosófica que estaba expulsada del mundo de la época. Él mismo no pudo escribir en los periódicos hasta los años 50… Aprendí de él que la vida es una cosa seria e importante, que hay que asumirla con un sentido moral de veracidad; que uno tiene que ser sincero con uno mismo y tener las cuentas claras, con independencia de la utilidad que eso comporte… Me hizo sentir la profunda raíz de la realidad de la lengua española y de la literatura española. Era un defensor a ultranza de la libertad, en la que el hombre tiene que irse haciendo. Su estancia en Soria lo relacionó con mi padre, inspector de enseñanza represaliado. Ahí ahondó en Bécquer, Machado, Gerardo Diego. Me enseñó a valorar la filosofía. Era un hombre de extremada modestia; pensaba los problemas como una batalla cuerpo a cuerpo; no tenía formulitas, pensaba con una claridad extraordinaria. Rechazaba a los charlatanes, estaba orgulloso de las fotos que hacía así como de su puntería con la escopeta. Era peculiar: a Miguel Delibes, su amigo, le hizo mucha gracia que fuera con chaleco de excursión a La Laguna Negra. La represión franquista lo dejó sin universidad, y por tanto sin los discípulos que hubiera tenido, así que yo me siento orgulloso de ser uno de los que pudo tener”.

Artículos  de Julían Marías publicados en el Universal

domingo, 8 de junio de 2014

Recordando El infierno: Dante

El Infierno: Dante Aligheri

Discutiendo La Divina comedia con Dante. Didu Tiezi, An. 2006

El guía de Dante por el infierno fue Virgilio, poeta romano del siglo primero AC. En su poema épico la Eneida, el héroe, Eneas, también es llevado por un viaje al infierno. Más tarde la representación grafica del lúgubre y macabro lugar de Virgilio  influenció profundamente a artistas y escritores.  

 No obstante, el concepto del infierno como un lugar de tormento también precede a Virgilio. Una serie de antiguas civilizaciones, incluyendo las de Mesopotamia, India, Egipto y Grecia, poseían el concepto de un inframundo como parte de su mitología—el reino de los muertos. Estrabón, geógrafo griego del siglo primero AC, hablaba sobre el valor de dichos mitos, notando que “los estados y los legisladores los habían sancionado como un recurso útil”. Luego pasó a explicar que la gente “son disuadidos de maldiciones cuando, ya sea por medio de descripciones o a través de representaciones típicas de objetos no vistos, aprenden sobre castigos divinos, espantos, y amenazas”. Al tratar con lo irrefrenable, la razón o exhortación por sí sola no es suficiente, escribió Estrabón; “existe también la necesidad del temor religioso, y este no puede ser despertado sin mitos y maravillas. . . . Los fundadores de los estados dieron sus sanciones a estas cosas como espantajos con que ausutar a los ingenuos” (Geografía 1.2.8).

 Con el surgimiento de la filosofía occidental a manos de Sócrates y sus herederos intelectuales Platón y Aristóteles, los conceptos de la vida, la muerte y el más allá tomó nuevas dimensiones. También en el  Oriente, la vida póstuma continuó agitando la imaginación. Estrabón señaló sobre un grupo de filósofos orientales que “tejen en los mitos, como Platón, acerca de la inmortalidad del alma y los juicios en el Hades y otras cosas de ese tipo” (Geografía 15.1.59).

  Platón (ca. 428–347 AC) se convirtió en figura clave en el desarrollo de estas ideas. Su nombre aparece con frecuencia en los escritos de Agustín, quien señaló había “perfeccionado la filosofía”  y que él “es preferido justamente al resto de los otros filósofos de los gentiles”. Aunque el obispo en ninguna manera ratificó las ideas de Platón, tomó en gran consideración varias de sus opiniones filosóficas—“opiniones algunas veces favorables a la verdadera religión, que nuestra fe absorbe y defiende” (La Ciudad de Dios 8.4).

 El resultado ha sido de inmensa importancia para el cristianismo tradicional. La Stanford Encyclopedia of Philosophy (La Enciclopedia de Filosofía de Stanford), que describe a Agustín como un “cristiano neoplatónico”, destaca: “Uno de los acontecimientos decisivos en la tradición filosófica occidental,  fue la eventual fusión generalizada de la tradición filosófica griega con la religión judío-cristiana y las tradiciones bíblicas. Agustín es una de las figuras principales a través  y por la cual se llevó a cabo esta fusión”.  

 Uno de los principios fundamentales del pensamiento neoplatónico adoptado por Agustín, fue que los seres humanos poseen un alma inmortal. Este fue un paso crucial en su desarrollo de la idea de que los incrédulos podrían ser confeccionados para soportar el tormento eterno en el infierno. 

Estructura de la Obra:

Círculos del Infierno



El Infierno visto por Sandro Botticelli (ca. 14801495).

Entrada al infirno. Gustav Doré.


Dante Alighieri, en el Infierno, primer canto, describe la visión del propio viaje en el ultratumba. Aquí el Infierno está dividido en círculos que son significativamente nueve, basado en el pensamiento aristotélico-tomistico. La construcción del Infierno está explicada por el autor en el canto XI.

Antes de ingresar a los círculos encontramos la Selva, el Coliseo y la Colina donde Dante se encuentra perdido "en el medio del camino de nuestra vida": detrás de la colina se encuentra la ciudad de Jerusalén, debajo de la cual se imagina cavada la inmensa vorágine del Infierno. Entra entonces por la Puerta del Infierno y penetra así en el Anteinfierno. Superando el río Aqueronte en la barca de Caronte entra en el verdadero Infierno.

Ante Infierno

Caronte, el barquero del Infierno. Gustav Doré.

Ante Infierno Justo después de entrar al Infierno se encontraba un espacio en el cual penaban las almas que habían vivido sin cometer méritos ni infamias. Los inútiles, los indecisos, aquellos que a su paso por el mundo no habían dejado huella estaban condenados a correr sin reposo, desnudos, perseguidos por insectos y avispas que los picaban en todo el cuerpo. Su sangre y sus lágrimas, al caer al suelo, alimentaban a una serie de repugnantes gusanos. Estas almas estaban condenadas a nunca cruzar el río Aqueronte, pues carecían de la voluntad para tomar tal decisión.
Algunos de los habitantes de este espacio eran Esaú y Poncio Pilato.

Primer círculo

Se trata del Limbo: en él se encuentran las personas que, no habiendo recibido el bautismo y siendo que nacieron privados de la fe, no pueden disfrutar de la visión de Dios, pero no son castigados por algún pecado (por eso es llamado también anteinfierno). Su condición ultraterrena tiene muchos puntos de contacto con la concepción clásica de los Campos Elíseos.

Pero según la doctrina cristiana algunas almas pudieron salir del Limbo y acceder al Paraíso: se trata de hecho de los grandes Padres, como Adán, Abel, Noé, Moisés, Abraham, David, Isaac, Jacobo,

Raquel y muchos otros (en el tercer canto también aparece entre ellos el pagano Rifeo) que vivieron antes del Cristianismo pero que Cristo liberó después de la muerte llevando la insigna de su victoria sobre el mal y causando entre otras cosas daños físicos al Infierno (por ejemplo hizo colapsar todos los puentes de las Malebolge, como explica Malacoda a Virgilio en el canto XXI).


Además en el canto XXII del Purgatorio Virgilio nombra compañeros suyos del Limbo en una conversación con Estacio. Ellos son: Terencio, Estacio, Plauto, Vario Rufo (o quizás Varrón), Persio, Eurípides, Antifonte, Simónides de Ceos, Agatón de Atenas, Antígona, Deifile, Argia, Ismene, Hipsípila, Manto (Dante habla de la «hija de Tiresias»: se debe quizás pensar a un despiste dado que ya la encontramos entre los adivinos en Inf. XXVI), Teti, Deidamía.

Segundo círculo

 

Aquí comienza el verdadero Infierno: de hecho encontramos a Minos que juzga a los condenados según el mito ya presente en Homero y Virgilio.

En el segundo círculo están castigados los pecadores incontinentes y en particular los lujuriosos: ellos son empujados por el aire, vencidos por la tormenta infernal, evidente contrapaso (por analogía) de la pasión que los abrumó en vida.

Tercer círculo

En el tercer círculo, Dante y Virgilio continúan encontrando pecados incontinentes, en particular golosos: ellos están inmersos en el fango, bajo una lluvia incesante de granizo y nieve, y golpeados por Cerbero, guardián de todos los ínferos según la mitología clásica pero aquí relegado a guardián de solo el tercer círculo.

El contrapaso es más complejo respecto al anterior círculo pero se puede ver igual: en el fango en el cual están obligados a arrastrarse un antítesis del uso refinado que hicieron en vida en el sentido del gusto y, en la avidez del guardián que los maltrata, un reflejo de la avidez y la codicia. En conclusión, se puede decir que está potenciado al máximo el aspecto bestial de la avidez de comida, como se nota también en la degradación que sufre el mismo Cerbero respecto a su breve aparición en la Eneida (de hecho, Dante maximizó la monstruosidad del aspecto físico así como en el objeto que se le tira: una focaccia somnífera en la Eneida, pero acá un puño de tierra).

Aquí está castigado Ciacco.

Cuarto círculo

Hieronymus Bosch- The Seven Deadly Sins and the Four Last Things.JPG
Los pecadores de incontinencia del cuarto círculo son los avaros y los pródigos, condenados a empujar enormes pesos de oro, divididos en dos grupos que cuando se encuentran se injurian: la grandeza del peso que los oprime simboliza la cantidad de bienes terrenales que acumularon o gastaron, dedicándose enteramente a esto en vida.
El guardián del círculo es Pluto, dios de la riqueza, que Dante confunde quizás con Plutón, rey del Averno.

Quinto círculo

Este círculo es el último en el cual se encuentran pecadores castigados por su incontinencia: aquí están los iracundos y los perezosos, los primeros inmersos y los segundos sumergidos en el pantano del Estigia. Los primeros estuvieron inmersos en el fango de su propia rabia, y ahora se golpean y se injurian eternamente, mientras los segundos gastaron su vida en la inmovilidad del espíritu, y por eso están hundidos, privados de aire y palabra así como en vida se privaron de las obras.

El custodio, también barquero sobre el Estigia, es Flegias, alegoría de la ira: su figura es tomada de la mitología, siendo él el rey de los Lápitas que incendió el templo de Delfos para vengarse de Apolo, que había seducido a su hija, como narran Virgilio y Estacio.

Algunos han planteado la hipótesis de que en el pantano se encuentran los soberbios y los envidiosos, porque no se encuentran en ninguna otra parte: pero viendo bien son infinitos los modos en los cuales un hombre puede pecar, y por eso las culpas están repartidas en grandes categorías, según una justicia divina inescrutable para la lógica humana. Notamos después como la soberbia y la envidia serán castigadas en el Purgatorio no como culpas precisas, sino como tendencias del carácter, diferencia que bien distingue a los dos reinos.

Aquí es castigado como iracundo: Filippo Argenti.

Sexto círculo

Dante y Virgilio frente a los Herejes. Gustav Doré

El sexto círculo está dentro de los muros de la ciudad de Dite, en la mitología homónimo de Plutón, y acá vigilada por una multitud de diablos y por las Furias o Erinias (el primero es el nombre en latín, el segundo griego). Ellas son tres: Megera, Alecto y Tisífone, y son las diosas de la venganza, que personifican el remordimiento por un delito cumplido que perseguía al criminal.

Aquí son castigados los herejes (entre los cuales los epicúreos, que negaron la supervivencia del alma) en sepulcros en llamas: la idea probablemente está tomada de la pena a la cual estaban castigados los herejes en los tribunales terrenales, es decir la hoguera, en cuanto el fuego era considerado símbolo de purificación y correspondía a la luz que ellos pretendían expandir con sus doctrinas. En el Infierno los seguidores de cada secta están juntos, en contraste a la discordia y a la división que en cambio llevaron en la Iglesia, mientras que el sepulcro alude a la negación de la inmortalidad del alma (aunque no todas las herejías la negaban).

Los heresiarcas no están incluidos en las grandes categorías de la incontinencia y de la malicia, sino que forman una clase distinta: ellos de hecho creyeron poder escapar al juicio normativo de Dios, pero no fueron inmunes del castigo. Naturalmente son distintos también de los condenados del primer círculo, los cuales no son verdaderos condenados en cuanto la de ellos fue simple ignorancia, y no una libre elección.

Séptimo Círculo

Dante y Virgilio frente al Minotauro. Gustav Doré.

 

Al séptimo círculo se accede después de haber superado los restos de una grieta, provocada por el terremoto que movió la tierra al morir Cristo. Ella marca una neta diferencia de la parte superior del Infierno: de hecho los condenados de los últimos tres círculos son culpables de haber puesto malicia en sus respectivas acciones. El custodio del círculo es el Minotauro, que representa la «loca bestialidad», es decir la violencia que equipara los hombres a las bestias. Aquí son castigados los violentos, divididos en tres grandes giros:

Primer giro

Virgilio saluda a los centauros. Gustav Doré

 

Los violentos contra el prójimo, es decir los homicidas y los criminales, tiranos, violadores y bandidos, son inmersos en el Flegetonte, río de sangre hirviente que simboliza la sangre que derramaron en vida, y son atormentados por los centauros, que también representan la violencia y la fuerza bestial. Los condenados están inmersos en el río en distintas proporciones según la gravedad de la culpa, y son golpeados por las flechas de los centauros si intentan salir de la sangre más de lo establecido.

Aquí son castigados los tiranos: Alejandro de Feres, Dionisio I de Siracusa, Ezzelino III de Romano, Obizzo II d'Este, Atila, Pirro Neoptólemo y Sexto Pompeyo; el homicida Guido de Montfort; los bandidos: Rinieri de Corneto y Rinieri de' Pazzi.

Segundo giro

Los violentos contra si mismos están divididos en dos categorías netamente distintas por la diversidad de sus penas: los suicidas son transformados en árboles por haber querido voluntariamente renunciar a su naturaleza humana, y de hecho no podrán nunca recuperarla: el día del Juicio Final, cuando condenados y benditos tomarán sus cuerpos para sufrir y gozar en modo más intenso, los suicidas se limitarán a colgar a las ramas del propio árbol el cuerpo recuperado. Ellos son además castigados por las Harpías, criaturas mitológicas con cuerpo de pájaro y cara de mujer, que en la Eneida profetizaban a los troyanos hambre y desgracias.

En cambio los derrochadores, que en vida destruyeron y desgarraron su sustancia, aquí son desgarrados por perras famélicas. Ellos son distintos de los pródigos del cuarto círculo ya que no solo no tuvieron mesura a la hora de gestionar su patrimonio, sino que también tenían objetivos destructivos, y de esta manera destruían su propia sustancia: son por lo tanto víctimas de una caza infernal, muy parecida a aquellas narradas en el medioevo (el ejemplo más famoso se encuentra en el Decamerón de Boccaccio, en el cuento de Nastagio degli Onesti), y de ese modo también acrecientan el sufrimiento de los suicidas.

Aquí son castigados los suicidas: Pier della Vigna y un anónimo florentino. Y los derrochadores Lano de Siena y Jacopo de Sant'Andrea.

Tercer Giro

Los violentos contra Dios, la naturaleza y el arte son, de hecho, divididos en tres grupos: los blasfemos están echados en la arena ardiente, inmóvil bajo una incesante lluvia de fuego; los sodomitas en cambio corren incesantemente bajo el fuego, y, finalmente, los usureros ("violentos contra las artes" en cuanto violentos contra el derecho humano al trabajo) están sentados en la lluvia de fuego. No existe una guardia para este grupo en específico, pero que hay un guardián del séptimo círculo completo, es decir, el Minotauro.

El contrapaso una vez más se refiere a las sanciones impuestas en la Edad Media a los crímenes contra los dioses: la hoguera. En el caso de los sodomitas notamos una relación con el episodio de la Biblia de la destrucción de Sodoma y Gomorra justamente bajo una lluvia de fuego. Se nota también cómo los usureros son irreconocibles a Dante, que los identifica sólo por el escudo de la familia, que lo llevan colgado, en una condena global de la sociedad a la que pertenecen (son irreconocibles también los avaros y pródigos del cuarto círculo, connotándolos como ciegos por el amor a los bienes terrenales, que al alejarlos de los bienes celestes distorsiona también la naturaleza humana).

Aquí se castiga como blasfemo: Capaneo. Son castigados como contra naturaleza: Brunetto Latini, Prisciano de Cesarea, Francesco d'Accorso, Andrea dei Mozzi, Guido Guerra, Tegghiaio Aldobrandi, Jacopo Rusticucci y Guglielmo Borsiere. Y aquí se castigan como usureros a un Gianfigliazzi, un Obriachi y un Scrovegni.

Octavo círculo

El octavo círculo aún castiga a los pecadores que usaron la malicia, pero esta vez en modo fraudulento contra los que no son de confianza. Tiene una forma muy peculiar que Dante describe con cuidado: está ubicado en un profundo foso en el medio del cual hay un pozo (la parte más profunda del Infierno); entre el banco y los pozos se excavan diez inmensas zanjas conectadas por acantilados rocosos que actúan como puentes (que, sin embargo, el de la sexta fosa se derrumbó por el terremoto que siguió a la muerte de Cristo): estas zanjas son las diez fosas del octavo círculo, llamadas colectivamente "Malebolge", un término acuñado por Dante como los nombres de los demonios que guardan algunos hoyos, como los Malebranche de la quinta (bolgia originalmente significaba "bolsa", mientras que su uso moderno naturalmente deriva de la Divina Comedia). El custodio de Malebolge es Gerión, símbolo de fraude, según las palabras del poeta que lo presentó en el Canto XVII (v. 7 "imagen sucia de fraude). De hecho, él tiene "cara de hombre justo" y el cuerpo de serpiente (otra imagen emblemática del mal de las primeras páginas de la Biblia), y su cola bifurcada representa la subdivisión entre el octavo y noveno círculo, es decir, respectivamente, el fraude hacia quienes no se confía, y contra los que se confía, mientras que la piel multicolor representa la diversidad del engaño, como se ve en las diez fosas:

Primera fosa

En la primera fosa se castiga a los proxenetas y a los embaucadores, es decir, aquellos que sedujeron en nombre de los demás y por cuenta propia: se dividen en dos formaciones que recorren la fosa, golpeados por latigazos por parte de "cornudos demonios". El contrapaso es más bien genérico, ya que los azotazos en la Edad Media, eran un castigo común en muchos tipos de delitos menores: Dante, sin embargo hace hincapié en la desnudez de los pecadores, que por supuesto se refiere al mercimonio que hicieron en vida.
Aquí se castiga como un rufián: Venedico Caccianemico, y como seductor: Jasón.

Segunda fosa

En la segunda fosa, tratada en el mismo canto precedente son castigados los aduladores, que se encuentran en excrementos humanos, digno contrapaso por la obscenidad moral de sus pecados.
Son castigados aquí: Alessio Interminelli y Thais.

Tercera fosa

En el hoyo tercero son castigados los simoníacos, que hicieron mercimonio de los bienes espirituales y sobre todo de oficios eclesiásticos: ellos están al revés en los agujeros de los que sólo aparecen los pies, rodeados por las llamas. Ellos que son tan grandes en bolsas que en vida llenaron de dinero, convirtiendo sus funciones en favor de los bienes puramente terrenales y no divinos. La llama que lame sus pies se refiere a la llama del Espíritu Santo que cayó sobre la cabeza de los apóstoles y de María.
Se castiga aquí: Papa Nicolás III.

Cuarta Fosa

En la cuarta fosa se castiga a los adivinos y a los magos, quienes caminan con la cara distorsionada hacia atrás, en contraste con el pretexto de ver el futuro: mediante la arrogancia y el engaño de las personas se proclamaban tener las facultades reservadas exclusivamente a Dios. Sin embargo, no deben ser confundidos los astrólogos con los adivinos: en la Edad Media se consideraba a la astrología una ciencia que trataba de los astros y sus influencias, y el propio Dante en varias ocasiones se refiere, por ejemplo, cuando afirma ser nacido bajo Géminis, mientras que la cuestión de cómo estas influencias son consistentes con el libre albedrío se considera, asimismo, en todo caso aquí insiste en el engaño, la pretensión de ser capaz de ver y cambiar el futuro, lo cual es obviamente falso.

Quinta Fosa

La quinta fosa está compuesta por un lago de brea hirviente en el cual son inmersos los malversadores, aquellos que tomaron provechos ilícitos de sus cargos públicos. A cuidar la bolgia hay un grupo de diablos llamado con el nombre de Malebrache, que castigan con sus ganchos a los condenadores que intentan salir de la brea: Dante, con gran despliegue de fantasía, nombre algunos: Malacoda, Barbariccia, Alichino, Calcabrina, Cagnazzo, Libicocco, Draghignazzo, Ciriatto, Graffiacane, Farfarello, Rubicante. Como los diablos mismos se burlan del condenado, la inmersión en la brea alude a la vida que tuvieron, mientras que la sustancia será justificada por su viscosidad, que hace referencia al modo en el que engañaron a la gente en vida.
Son aquí castigados: un anónimo de Lucca, Fray Gomita, y Michele Zanche.

Sexta fosa

En el hoyo sexto son castigados los hipócritas, que están vestidos con pesadas capas de plomo, doradas al exterior, con evidente alusión al contraste entre la aparición de "oro", agradable, que los hipócritas muestran al mundo exterior, y sus interioridad falsa, agobiada por los malos pensamientos: esta pena puede haber sido sugerida a Dante de la etimología que Uguccione de Pisa da a la palabra "hipócrita", como algo que una persona que "esconde algo debajo del oro, bajo una apariencia dorada". Una subcategoría particular de hipócritas está representado por los miembros del Sanedrín, que condenaron a Cristo a la muerte "en beneficio de todo el pueblo", pero causando la ruina de los Judíos: con evidente contrapaso están crucificados en la tierra, en medio del camino, de modo que los hipócritas que se caminan con las capas pesados los pisan. Aquí son castigados: Catalano dei Malavolti y Loderingo degli Andalò y son crucificados en la tierra: Caifás, Anás y los fariseos.

Séptima fosa

En la fosa séptima los ladrones son castigados, colocados entre las serpientes con sus manos atadas por serpientes, y transformados en estas: estos animales son el símbolo por excelencia del demonio, del engaño, como se lee en el Génesis, donde a engañar a Adán y Eva es Satanás en forma de serpiente. En este caso en particular el uso de este animal se justifica por la naturaleza insidiosa de los ladrones, cuyas manos están atadas porque estas cometieron el delito. Además la transformación de sus figuras se puede interpretar como un contrapaso, precisamente porque su naturaleza es lo único que tienen en el Infierno, sin embargo, también son despojados de eso. Guardián y condenado de este pozo es Caco, un personaje mitológico que fue un ladrón y asesino, y que Dante hace centauro, señalando que no se encuentra con los demás en el séptimo círculo porque además de ser violento también era ladrón. 

Octava fosa

En el hoyo octavo se castiga a los consejeros fraudulentos, que andan encerrados en llamas: la lengua de fuego es la imagen de la lengua con la que pecaron, dando consejos engañosos, y de hecho también tienen dificultad para hablar, como lo vemos en el diálogo entre Dante y Ulises y luego entre Dante y Guido da Montefeltro. Se castiga aquí: Ulises, Diomedes y Guido da Montefeltro.

Novena fosa

En el hoyo noveno se castiga a los sembradores de la discordia, que puede ser sembradores de la discordia religiosa, que es responsable de los cismas, política, responsable de las guerras civiles, o más generalmente para los hombres y las familias. Ellos están mutilados por un demonio que vuelve a abrir sus heridas tan pronto como se cierran, enfatizando con la separación de sus órganos las perennes divisiones que causaron en la humanidad. Éstos son castigados: Ali Ibn Abi Talib, Mahoma, Pier da Medicina, Gayo Escribonio Curión, Mosca dei Lamberti, Bertran de Born, Geri del Bello.

Décima fosa

En la última zanja del octavo círculo se castiga a los falsificadores, que en vida falsificaron cosas, personas, dinero o palabras. Están sufriendo de enfermedades horribles que les deforman: los falsificadores de las cosas tienen lepra, los de persona rabia, los de monedas hidropesía y los de palabra fiebre. Estas enfermedades los desfigura, así como en vida ellos desfiguraron la realidad. Aquí se castigan como falsificadores de cosas Grifolino d'Arezzo, Capocchio; como falsificadores de persona: Gianni Schicchi y Mirra; como falsificadores de moneda: Mastro Adamo; y como falsificadores de palabra: la esposa de Putifar y Sinón.

Noveno Círculo

El noveno y último círculo del Infierno castiga todavía a los culpables de malicia y fraude, pero esta vez contra quienes se fiaron. El noveno círculo está materialmente separado del precedente por un inmenso pozo, y en la estructura misma del poema está resaltado por la inserción de un "canto de pasaje", pero igualmente muy importante. En este pozo están castigados los gigantes, que están fuera de la estructura ternaria del Infierno de la misma forma que son extraños a la naturaleza humana, más allá de que se parezcan: ellos son al mismo tiempo condenados y custodios del último círculo, que está de esa forma encuadrado por titánicas figuras de rebeldes contra la divinidad, los Titanes justamente que se rebelaron a Júpiter y Lucifer que a pesar de ser el más bello y potente de los ángeles se le rebeló a su creador. Ahora, por contraste por haber querido elevarse usurpando un poder que no es de ellos, todas estas figuras están inmovilizadas en los más profundo del Infierno: aquí en particular encontramos a los gigantes, encadenados a las paredes del pozo desde el ombligo hacia abajo. Solo Anteo está en parte más libre, dado que no participó en la guerra de los hermanos contra Júpiter.

Están aquí castigados: Nemrod, Efialtes, Briareo, Ticio, Tifon y Anteo.

El último círculo está constituido por un inmenso lago de hielo, llamado Cocito, formado así gracias al movimiento de las alas de Lucifer. Están aquí castigados los traidores de quienes se fiaron, simbolizado por la frialdad del hielo, así como fueron fríos sus corazones y sus mentes en pecar, en contraposición a la caridad, tradicionalmente simbolizada por el fuego. Pero se puede notar un contrapaso también en la materia misma del poema: si su aislamiento respecto al resto del Infierno esta enfatizado por la inserción de un canto y de un nuevo proemio al inicio del sucesivo, el clima traicionero en el cual actuaron en vida estos condenados está bien representado con el clima que Dante recrea, clima de silencios y de tácitos, que no dice casi nunca abiertamente el pecado por el cual están castigados, y que cuando se alarga en un discurso más amplio parece querer esconder los detalles importantes, como en el discurso del conde Ugolino, que narrando su muerte no dice cual fue su culpa, ni en qué forma el arzobispo los traicionó. Además el Cocito está dividido en cuatro zonas, sin embargo, en contraste con la gran variedad de culpas y penas en Malebolge y en general en los círculos precedentes, es sustancialmente uniforme: casi igual es la pena, como igual fue la culpa: se nota de hecho que, más allá de la superficial subdivisión de estos condenados en traidores de los parientes, de la patria etc, incurrieron en sus vidas en más de una traición. Quien traicionó a sus parientes traicionó al mismo tiempo al partido (los hermanos Alessandro y Napoleone degli Alberti) o húespedes (Fray Alberigo y Branca Doria), Ganelón traiciona al rey Carlomagno que es también su tío, Bruto traiciona a César que es también su padre, etc.

Primera zona

La primera zona del noveno círculo es la Caina, llamada así por Caín, que mató a su hermano Abel. Justamente aquí están los traidores a los allegados, sumergidos en hielo hasta la cabeza con la cara hacia abajo. Aquí se castiga a Alessandro Alberti, Napoleone degli Alberti, Mordred, Vanni de' Cancellieri, Mascheroni Sassolo y Camicione de' Pazzi.

Segunda zona

La segunda zona del noveno círculo es la Antenora, que debe su nombre al troyano Antenor que traicionó a su ciudad: aquí están, de hecho, los traidores al partido sumergidos con la cara hacia arriba, o con hielo que cubre la mitad de la cabeza. Aquí son castigados: Bocca degli Abati, Buoso da Duera, Tesauro dei Beccaria, Gianni de' Soldanieri, Ganelón, Tebaldello Zambrasi, Ugolino della Gherardesca y Ruggieri degli Ubaldini.

Tercera Zona

El tercer lugar del noveno círculo es la Tolomea que lleva su nombre en honor al rey egipcio Tolomeo que traicionó al huésped Sexto Pompeyo (o deriva el nombre del gobernador de Jericó, que traicionó y mató a su suegro Simón Macabeo, Sumo Sacerdote, y a sus dos hijos). De hecho aquí están los traidores de los huéspedes, sumergidos en el hielo con la cabeza echada hacia atrás, para que se les congelen las lágrimas en los ojos, evitando dar rienda suelta a la pena en lágrimas. Aquí son castigados: Fray Alberigo y Branca Doria.

Cuarta zona

La cuarta área del noveno círculo es la Judeca, llamado así por Judas, que traicionó a Jesús, benefactor de la humanidad. Aquí están los traidores de los benefactores, plenamente inmersos en el hielo, pero en diferentes posiciones, "Unas están yacientes; otras erectas, / ésta cabeza abajo, aquella de pie, / otra, como un arco, el rostro al pie devuelve" (vv. 13 - 15). Estas cuatro posiciones tienen significados diferentes, a saber, los que "yacen" traicionaron a sus pares, aquellos con la cabeza hacia arriba han traicionado a sus superiores (por ejemplo, a sus señores) y los que tienen los pies hacia arriba a sus inferiores (por ejemplo, a sus súbditos), mientras que los que están doblados habrían traicionado a ambos (Francesco da Buti). En el infierno más profundo, castigados por el mismo Lucifer, el primer gran traidor, están los traidores de las más altas instituciones, creadas bajo la voluntad de Dios para el bien de la humanidad: ellas son tres, y por lo tanto son tres las bocas de Lucifer en el que son masticados, en analogía evidente con el concepto de unidad y la Trinidad de Dios. Lucifer, el principio de todo mal, tiene en la boca central a Judas Iscariote, el traidor de Cristo, que desciende de él la autoridad espiritual, desgarrado su cuerpo con los dientes. En las bocas laterales, con la cabeza hacia afuera, están Marco Junio Bruto y Cayo Casio Longino, que conspiraron contra César y, por lo tanto traidores del imperio. "Las dos máximas potestades fueron ambas preordenadas por Dios como guías a la humanidad para conseguir respectivamente la felicidad ultramundana y aquella terrenal" (Natalino Sapegno).

Bibliografía

  • Comentarios de la Divina Comedia:
    • Umberto Bosco y Giovanni Reggio, Le Monnier 1988.
    • Anna Maria Chiavacci Leonardi, Zanichelli, Bologna 1999.
    • Emilio Pasquini e Antonio Quaglio, Garzanti, Milano 1982-20042.
    • Natalino Sapegno, La Nuova Italia, Firenze 2002.
    • Vittorio Sermonti, Rizzoli 2001.
  • Andrea Gustarelli y Pietro Beltrami, L'Inferno, Carlo Signorelli Editore, Milano 1994.
  • Francesco Spera (a cargo de), La divina foresta. Studi danteschi, D'Auria, Napoli 2006.

Véase también


PERSONAJES:
Dante Alighieri: el propio autor es el protagonista de la historia.
Virgilio: poeta nacido en el 70 aC. y muerto en el 19 aC., famoso por su obra Eneida. En esta historia, representa la Filosofía.
Beatriz: hija de un noble florentino y amada por Dante. En esta historia representa la Teología.
Lucía: Santa Lucía de Siracusa, patrona de los ciegos. En la historia representa la gracia iluminante.
Caronte: hijo de Erebo y de la Noche. Encargado de cruzar las almas de los muertos a través de la laguna Estigia, que separaba la vida de la muerte.
Minos: legendario rey de Creta, hijo de Europa y de Zeus. Sabio legislador y juez del Infierno.
Francesca de Rímini: hija de un noble, amigo de Dante, y casada por motivos políticos con Gianciotto Malatesta, señor de Rímini.
Paolo Malatesta: hermano del esposo de Francesca, quien a ésta se unió amorosamente.
Cerbero: también Cancerbero. Perro de tres cabezas que guarda las puertas del Infierno, una vez que se ha cruzado la laguna Estigia. Dante lo hace guardián únicamente del círculo de los glotones.
Pluto: dios romano de las riquezas, hijo de Deméter y de Casón.
Flegias: uno de los hijos de Marte. Vengó una afrenta hecha por Apolo a su hija Coronide, incendiando su templo de Delfos.
Farinatta degli Uberti: uno de los personajes más importantes de la Florencia del siglo XII.
Minotauro: monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro, hijo Pasifae, y muerto por Teseo.
Brunetto Latino: florentino nacido alrededor de 1210. Excelente político humanista, así como intelectual. Mantuvo relaciones cordiales con el joven Dante, quien conservaba por él un enorme cariño, aunque cometió el pecado de la sodomía.
Gerión: monstruo con cuerpo de serpiente y rostro humano. Símbolo del fraude.
Catalano dei Catalani y Loderingo degli Andalo: militares y religiosos pertenecientes a la Orden de Los Frailes Gozosos o Caballeros de la Gozosa Virgen María, que debía evitar las disensiones civiles en Italia.
Mahoma: fundador del islamismo.
Nembrot: gigante que ordenó construir la torre de Babel.
Efialte: gigante, hijo de Poseidón. Intervino en la famosa batalla contra el Olimpo, poniendo el monte Osa sobre el Pelión.
Anteo: gigante, hijo de Poseidón y de Gea, a quien ahogó Hércules entre sus brazos. Catón de Utica: también Marco Porcio. Biznieto de Catón el Censor y defensor de la libertad contra César. Se suicidó antes de caes en las manos de éste. Sordello de Goito: trovador mantuano del siglo XIII, que raptó a la bella Cunizza da Romano y anduvo errante por las principales cortes de la época, siendo muy apreciado como hombre de armas y como poeta por Carlos de Anjou.
Matilde: representate de la santa felicidad terrena. El grifo: animal fabuloso, mitad león, mitad águila, que aquí simboliza a Cristo con su doble naturaleza. Santo Tomás de Aquino: nació en 1225 y perteneció a la Orden de los dominicos. Fue el más grande teólogo y filósofo de su siglo. Su doctrina, inspirada en Aristóteles, lleva el nombre de tomismo.
Bibliografía.- ALIGUIERI, Dante: La Divina Comedia; adaptación de F.J. Fernández Defez. México: Selector, 2004.