En 1996 Horacio Etchegoyen es presidente de la Asociación Psicoanalítica
Internacional (IPA) y Jacques-Alain Miller lo es de la Asociación
Mundial de Psicoanálisis (AMP). Por iniciativa de la revista Vertex, los
presidentes de ambas asociaciones se encuentran por primera vez para
hablar del psicoanálisis; de su pasado, marcado para siempre por la
salida de Lacan de la IPA; de su presente, que soñaba con hacer
compatible la presencia creciente de la enseñanza de Lacan en la IPA con
las neurociencias, que prometían encontrar en el cerebro la
confirmación de las intuiciones freudianas.
Además de referirse al
pasado y contemplar el presente, los presidentes presagian el porvenir.
Etchegoyen vaticina un reordenamiento de la divisoria de aguas, un
reacomodamiento del pensamiento psicoanalítico con mayores acercamientos
y mayores confrontaciones entre la IPA y los lacanianos. Miller propone
intentar poner punto final a un período de historia organizativa del
psicoanálisis que estuvo marcado por una censura “impresionante,
increíble, eclesiástica, hacia Lacan de parte de la IPA”.
Juan
Carlos Capo
Jacques Alain Miller despierta, se
encoleriza y polemiza en el 2001, año del vigésimo aniversario de la muerte de
su suegro, el analista francés Jacques Lacan. Y sostiene que "El
impresionante éxito de un Lacan le valdría un lugar en la teoría de los
impostores."
Los oponentes no se ahorraron injurias hacia
Lacan: "falso profeta", "impostor" y otras lindezas por el
estilo le fueron -le son aún, enrostradas. Esto podía ser claro, argumenta
Miller en un libro publicado recientemente (*), ya que la historia siempre
conoció grandes mistificadores: Mesmer, que fascinó a Victor Hugo, Swedenborg,
que fascinó a Balzac, Stalin, que persuadió a los franceses -y no sólo a los
franceses- de que el comunismo existía.
Lacan de entrecasa
Miller se deja invadir por el recuerdo de su
suegro. "Lo encontraba de madrugada en el estudio, a menudo despierto
antes del amanecer, con el Littré, con Freud o con Aristóteles, o hablando por
teléfono con uno u otro de su red de matemáticos, eruditos y bibliotecarios,
acuciando a uno para que le aclarara un pasaje de la Tora, a otro para probar
un nudo borromeano de última generación". "Cuando N* estaba allí,
recurría a él desde el desayuno, indicándole con un dedo imperioso el teorema
que había que explicar. El otro pedía terminar su taza y su tostada. ‘Tómese el
tiempo que quiera, querido’, le decía Lacan con un gesto que desmentía hasta
tal punto sus palabras, que el ilustre lógico (…) se sentía reducido a no ser
más que un organismo animal obligado a tragar su pitanza matinal, esa actividad
nutritiva estúpida que demoraba el progreso del discurso universal. La
impaciencia de Lacan cortaba el apetito de los más hambrientos, que rápidamente
se ponían a trabajar para este amo que sabía que iba a morir y que les enseñaba
que no había que perder tiempo". (pp44).
Miller recuerda a Widlöcher –actual presidente de
IPA- que se alejó de Lacan sin maldecirlo y a quien Miller le desea éxito en su
gestión. Miller cuenta que Widlöcher le contó a Roudinesco –historiadora del
psicoanálisis- una última entrevista con Lacan.
Habla Lacan:"-Casi todos ustedes son
médicos, y nada puede hacerse con los médicos. Además, no son judíos, y cometí
un error en contar con los no judíos. Todos ustedes tienen problemas con sus
padres, por eso actúan juntos contra mí".
"Cuando leí este pasaje -recuerda Miller-
pensé: Lacan vio en mí a aquel cuya llegada anunciaba a Widlöcher en el último
adiós. Widlöcher lo abandonó a fines de 1963, yo llegué en enero de 1964, no
médico, judío, hijo de mi padre. No solo no era médico sino que declaraba desde
los cinco años que esa era la única profesión que nunca tendría. La medicina
era el patrimonio de mi padre, y yo tenía por principio no disputarle nada de
lo que fuera suyo, pero no dejarlo nunca invadir nada de lo que fuera mi
teritorio" (p. 77).
"Judío. Sí, no se puede ser más que judío.
Judío sin rito ni religión, judío con el corazón circunciso y la cabeza
erguida, judío de la diáspora, judío sin otra familia que mi padre, mi madre,
mi hermano, judío fiel; que tiene a la traición por horror, sujeto para siempre
a la palabra dada; atado al libro y sabiendo leer, como es el rasgo inmemorial
de los suyos; judío que arde por afrontar pruebas heroicamente y que demuestra,
mientras tanto, los peores modales en sociedad cuando alguien se permite jugar
al Poncio Pilato ante la verdad" (p77).
Miller se analizó con Charles Melman –según
parece, un análisis accidentado, (¿como todo análisis?)- se formó como
psicoanalista, y es editor (muy criticado) por las alternativas que llevan los
seminarios del suegro para ser debidamente establecidos y editados.
Jacques Alain Miller procede de la filosofía y
del trotskysmo, pero viró y se asentó en el psicoanálisis lacaniano, y…
"No me casé con su causa, sino con su hija.
Lo que creí ser mi causa fue ’la causa del pueblo’. La conocí en el 68. Fuimos
juntos, Judith y yo. Lacan fue amistoso, pero él votaba a de Gaulle. Le di el
Libro Rojo, con el que entonces me deleitaba, lo leyó, y me hizo este único
comentario, un comentario que me dejó estupefacto y que consideré limitado,
mediocre…
’-Esto permite-me dijo-justificar todas las
maniobras del Partido’ ". (p. 73).
Miller evoca el ataque a las Torres Gemelas en
Nueva York. Recuerda el poema del cuervo negro que ataca en picada a los
gemelos Tararí y Tarará en Alicia a través del espejo. Las Torres
Gemelas, the Twins, el Boeing que se abalanza sobre ellas. ¡Todo está allí!
Just then flew down a monstrous crow
As black as a tar-barrel
No hay personas mayores, decía Malraux, recuerda
Miller. Las historias de los verdugos víctimas, son cuentos de hadas para
grandes, sostiene. El hermano mayor de Lenin, aprendiz de terrorista… y sigue
la lista; se pueden hacer listas interminables con los verdugos de corazones
puros. Está el verdugo funcionario, como también está el verdugo terrorista,
ese que solo se autoriza en sí mismo, como diría el otro, y que es un
monaguillo, un santo de vidriera, un ángel ansioso por despojarse de su
cuerpo.Anoréxicos. Angeles exterminadores. Fanáticos de la redención y de la
muerte, como supo ver Nietzsche. Locos, no canallas. ¿Por qué el psicoanálisis
no echa raíces en tierras del Islam? (Safouan ha dicho cosas palmarias sobre
eso, pero Miller no las toma). Sería necesario que el psicoanálisis pudiera
echar raíces en el Islam para desecar el goce mortífero del sacrificio, dice.
En cuanto a Stalin, continúa Miller, en él se
encuentra el esplendor del canalla, ningún escrúpulo, ninguna decencia, ni una
vacilación, ni una carencia en ser, hombre de acero intocable, encerrado sobre
sí mismo, no un terrorista, de los que arriesgan su vida, aunque sí reclutó
terroristas, organizó el Gran Terror, hizo padecer hambre a multitudes; él no
poseía alteridad, ni sujección a nada, no se trataba de narcisismo, porque a
Narciso le hace falta escena y el espectador.
Miller cita a Lacan: "el error de buena fe
es entre todos el más imperdonable". "De nuestra posición de sujetos
somos siempre responsables. Llamen a eso terrorismo donde quieran" (Escritos,
p. 837).
La cólera de Miller
Todo comienza en el XL Congreso de la IPA, en
julio de 1997, en Barcelona, cuando Horacio Echegoyen –de filiación kleiniana-
presidente de la Internacional, recibe a Miller con toda amabilidad, lo abraza
en el aula magna del Congreso, le comunica que está en su casa, y lo invita a
comentar un caso clínico. Miller lo hace. Sus palabras son acogidas con interés
y respeto. Miller queda pasmado, comprueba que la vieja casa cambió, que ya no
es lo que era en tiempos de la "psicología del yo".
Gilbert Diatkine, analista de la Sociedad
Psicoanalítica de París, informa del acontecimiento, cuatro años después del
Congreso, en la Revista Francesa de Psicoanálisis. Diatkine dice que la
presencia de Miller suscitó en el Congreso vivas reacciones, y no por
divergencias teóricas, sino porque Miller es partidario de que "el
analista sólo se autoriza en sí mismo", excusa para el ejercicio de
"analistas salvajes". Diatkine se despacha contra el pase,
método inventado por Lacan como método de selección de los analistas: afirma
que éste no tiene ningún valor, y escribe además que de todo esto resultan
riesgos para el público.
La réplica de Miller se hará en forma de cartas y
llevará su caso ante el tribunal de una opinión pública que quizás exista
todavía en Francia.
Una pequeña banda parisina afectada de supremacismo
"agudo de prepotencia" es la responsable, sostiene Miller, una
pequeña banda infatuada, incólume y soberbia. Sus representantes, dice Miller,
son las dos asociaciones parisinas de la IPA: la SPP y la APF.
Rosenkrant y Guildenstern en París. El
principio de Horacio.
El desgraciado incidente con Denis y Diatkine,
-los dos analistas de la SPP, director y notero, respectivamente- que desde la
revista de la Sociedad Psicoanalítica de París, se negaron a concederle derecho
de réplica en su publicación oficial, fue el incidente, -¿minúsculo?
¿mayúsculo?- que determinó reacciones personales e institucionales
impredictibles.
Miller recuerda a Spinoza cuando sostenía que la
comparación es un modo de conocimiento inadecuado. Un hombre ciego no es menos
que un hombre que ve, porque la privación es imaginaria. (Borges estaría de
acuerdo). "Es la doctrina más hermosa del mundo", dice Miller. Y
agrega: "Sin embargo, lo imaginario tiene efectos bien reales".
Miller lo pensó también así: el vuelo de una mariposa puede iniciar una
tormenta, una chispa encender una pradera, un insecto picar a un león y el león
salta… por única vez.(¿Recuerdan a Freud?)
Nunca hubiera pensado, confiesa incrédulamente
Miller, que el principio de Horacio le cambiaría la vida.
Miller recuerda el ostracismo encapsulado en que
vivió impasible ante el fuego graneado que lo acosó desde bandos de tirios y
troyanos: tiendas ipianas y tiendas lacanianas (pp-17).
En cuanto a Denis y Diatkine –también llamados
"las dos D" o Rosenkrantz y Guildenstern por Miller- representan no
solo a dos socios, sino también a la sociedad, más concretamente
en este caso, a la Sociedad Psicoanalítica de París.
Miller sigue en esto a Goethe en su reflexión
sobre el Hamlet shakespeareano: "Lo que son y lo que hacen Rosenkrantz y
Guildenstern no puede ser representado por uno solo. En esos abordajes
almibarados, esa soltura y docilidad, esas adulaciones y zalamerías, esos
rodeos, esa vacuidad universal, esa franca picardía, esa incapacidad, ¿cómo
expresar todo eso con un solo personaje? Ellos solo son algo en sociedad, ellos
son la sociedad".
"El público espera de los psicoanalistas más
sabiduría y más lucidez, menos altanería y fatuidad, y también el conocimiento
y el respeto de la ley. Son las condiciones mínimas para que los psicoanalistas
sean de bien público; de lo contrario, son nocivos", arguye Miller.
Historia "a dos pasos de la tierra más
abyecta" (Shakespeare)
"La IPA durante mucho tiempo fue la
única", continúa Miller. "Cree seguir siéndolo. Encontraba en la
historia el fundamento de su legitimidad".
Esta tradición se perpetuó durante un siglo,
superó la Primera Guerra Mundial, la Segunda, y no está cerca de extinguirse.
Sobrevivió al éxito (…) sobrevive a lo que Christopher Bollas llama ‘el fracaso
del psicoanálisis’; se mantiene firme pese a la falta de fe de muchos de sus
miembros, como el mismo testimonio –depresivo- de Bollas lo reafirma (…)
"Hay que pensar que el espíritu del
psicoanálisis tiene algo que ver en esto", puntualiza Miller (pp.168). (…)
"La IPA duró para sí. Tiene la historia para sí. Quizá, de este modo,
también tenga la historia contra ella." (pp.169).
La fundación de una tercera comunidad
psicoanalítica con la que Miller sueña, no tiene que ver con la IPA, -que es
una suerte de parlamento de naciones del psicoanálisis-. "Yo no podría,
por mucho que me empeñara, en crear un equivalente de esta", dice Miller.
(p.19).
La formación lacaniana es tanto más exitosa,
recuerda Miller, cuanto que sus búsquedas no van por la vertiente de la
formalidad ipiana. Miller troca en un texto de Valéry, la palabra
"ciudades" por la palabra "instituciones" para hacerse
entender. El fragmento queda así: "La historia es el producto más
peligroso que haya elaborado la química del intelecto. Sus propiedades son bien
conocidas. Hace soñar, enajena a los miembros de las asociaciones, le engendra
falsos recuerdos, exagera sus reflejos, mantiene sus viejas heridas, los
atormenta en su descanso, los conduce al delirio de grandeza o al de la
persecución, y vuelve a las instituciones amargas, soberbias, insoportables y
vanas".
Durante mucho tiempo la IPA pensó que era la
totalidad del movimiento psicoanalítico, reflexiona Miller, y también durante
mucho tiempo pudo creer que el movimiento psicoanalítico se resumía en ella
sola. (La IPA) "expulsó a Lacan en 1963, y a sus alumnos, como Freud había
expulsado a Jung, después de Adler". Cuando Freud decide crear la
Asociación Internacional, lo hizo con este fundamento: "Debería haber
algún lugar, Stelle, (Strachey traduce ‘cuartel general’), cuyo asunto
fuera decir: "Todo este sinsentido, Unsinn, no tiene en absoluto
que ver con el psicoanálisis; eso no es el psicoanálisis, das ist nicht die
Psychoanalyse."
Justificaba esa creación con el destierro
solemne (grösse Bann), del que el psicoanálisis había sido objeto
por parte de la ciencia oficial. (…) "la investidura que hizo Freud de un
sujeto supuesto saber colectivo instituyó en el psicoanálisis lo que solo
merece el nombre de Iglesia", sostiene Miller (pp.170)
"La palabra Bann debía resonar en la historia del movimiento
psicoanalítico hasta traer a los labios de Lacan, el 15 de enero de 1964, la
palabra excomunión, que indica claramente lo que ocurrió.
La excomunión
Pero esto no terminó brutal y sanguinariamente a
manos del judío Freud: Abraham redivivo degollando a Isaac.
Una mujer intrépida, genial, loca, desafió al
monstruo edípico que salió muy armado del cerebro de Freud, sostiene Miller.
Melanie Klein desafió a Freud, a Anna Freud, la hija de Freud. Klein sostuvo
abiertamente la precocidad del Edipo, el carácter primordial de la imago
del cuerpo materno, la persistencia de los objetos malos internos, el
despedazamiento de la identificación original, el carácter originario de la
primera formación del superyó. El primer kleiniano francés fue Jacques Lacan,
sostiene Miller. "Los kleinianos estuvieron al borde de ser expulsados de
la IPA"- recordó Horacio Echegoyen en la conversación que mantuvimos en
1996"-puntualiza Miller.(pp.172) Escaparon. La sociedad inglesa encontró
en Melanie Klein con qué resistir al imperio germano austríaco. El peso que
había adquirido el kleinismo
en América latina hizo retroceder a los inquisidores.
"¿Por qué la IPA procedió, no obstante, en
1963 a la excomunión solemne, al grösse Bann de Jacques
Lacan, psicoanalista de París? "Una
internacional del conocimiento analítico, en ancas de su omnipotencia lanzó sus
rayos sobre el Lacan disidente, y lo excomulgó con gran despliegue en 1963,
intentando colgarle la campanilla de los leprosos (p. 159). Cabe agregar que
los kleinianos
ayudaron", recuerda Miller (pp.173).
Miller imaginó de este modo la réplica que la IPA
(personificada) dio a esta cuestión: "A falta de regular las opiniones, la
doctrina, la doxa, me propuse regular la conducta, la práctica, la praxis.
(…) no siendo más guardiana de la ortodoxia, me volví guardiana de la ortopraxia".
(…) "Se volvió a entonar, un cuarto de siglo después del violento episodio
kleiniano, el implacable canto freudiano:
"Das ist nicht die
Psychoanalyse!" (pp. 174-175). "La IPA poskleiniana encontró en otro lado el principio de su
unidad: en el estándar." (…)
Es de preguntarse qué futuro le espera al
estándar. Miller sostiene que pertenece a un mundo pasado. Sobrevive como
recuerdo, mito, rito, en los practicantes formados en esos marcos, que no
conocieron otra cosa, y que están inseguros de su capacidad para renovarse.
¿Una propuesta delirante?
El efecto llamado Zeigarnik en psicología (Escritos, p. 204) consiste en
que las tareas inconclusas tienden a repetirse. Se hace da capo mientras
el acorde no fue tocado simultáneamente.
Pero, sostiene Miller, es preciso dejar detrás el
fárrago del siglo XX, y entrar en forma al siglo XXI.
En él ya nadie será marginado de la IPA. El
desafío del futuro apunta a la cuestión de si los miembros de la IPA y los Lacanianos
seguirán marchando cada cual por su lado.
"Mañana, ya hoy quizá, nuestra diferencia
imperdonable no será nada, no es nada. (…) No les llamaré
"¡Compañeros!". Somos los unhappy few, que llevamos,
cada uno a su manera, la marca de Lacan..
El principio de Horacio es traído una y
otra vez por Miller. ¿"Hay que sorprenderse, él se pregunta, de que sea un
presidente kleiniano de la IPA, su primer presidente latinoamericano, quien
primero haya arrojado públicamente al río el formulario freudiano de
proscripción que desde 1963 afectaba a los Lacanianos?"
Dijo Echegoyen en esa ocasión: -"Ningún
grupo puede arrogarse la representación total del psicoanálisis". Agregó:
"Esto, principalmente, si se tiene en cuenta la influencia del pensamiento
de Lacan". Y ahora desde la Asociación Psicoanalítica Mundial que preside,
Miller se propone terminar de una buena vez en establecer los textos
lacanianos, unificar el movimiento psicoanalítico internacional, cuyo pecado
original es la fragmentación y quizás la incomunicación babélica. No le faltan
agallas. Su aptitud de organizador denota una capacidad tentacular y
monolítica, suave pero no exenta de firmeza, con visos de indemnidad a fáciles
desfallecimientos.
"Solo ubico esta reunificación en el
horizonte como una perspectiva última…
"Les anuncio que este Uno se hará, se
rehará, ya se rehace ante los ojos de ustedes, que no saben ver". (…)
"El Uno del que hablo es el Uno de la noche, el Uno del come-back,
lleno de costurones, rasgado, desvencijado, desencantado, el Uno que se
fracturó, despedazó, dispersó, y que vuelve rendido a anudarse a sí mismo,
lleno de uso y razón, instruído y transformado por su atravesamiento de lo
múltiple." (pp.164)
"Freud eligió la palabra Bewegung, el
movimiento, calificado de psicoanalítico. La dinámica ilustra aquí en qué
consiste realmente en el psicoanálisis la esquizia de la unidad y la totalidad.
El movimiento quiere decir precisamente que el Uno del que se trata en el psicoanálisis
no se deja atrapar por ningún todo, sino que lo desborda de manera
incesante". pp. 166).
Coda
El libro de Miller abreva en las narraciones
infantiles, o en la literatura de folletín, como si la historia, entre ellas la
historia de las instituciones analíticas, tuvieran mucho del estilo de los
novelones del siglo XIX, que aun en el siglo XXI perduran.
Miller echa mano a los mitos -él mismo se ve como
Sísifo por su paciencia, quizás por su estoicismo de obsesivo- o a la tragedia
isabelina con su corte de violentados, ya caídos en desgracia, ya muertos, o ya
de otros, dados por muertos, y que de pronto resucitan y gozan de sorprendente
salud.
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(*) "Cartas a la opinión ilustrada" Por Jacques Alain Miller. Buenos Aires, 2002. Paidós, 181 págs.
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